198,957 votos arriba… y perder. Triste en verdad.

198,957 votos arriba...

198,957 votos arriba…

Paradojas de la democracia «american way»: ir 198,957 votos arriba… y perder. Eso porque no cuenta únicamente el voto popular, sino la agregación de éste por estados. Así, Hillary Clinton pudo arrasar en estados grandes como California o Nueva York con una ventaja de 2 a 1. Y aún así perder la presidencia por 279 votos electorales a 228.

El sistema electoral de Estados Unidos se supone que esta diseñado para evitar el populismo. Para evitar que el «pueblo bueno» no fuera engañado por alguien que les prometiera lo que querían oír. A pesar de que fuera irrealizable, falso, mentiroso o imposible.

Así, el voto popular no elige a los candidatos, sino a «electores».  Estos reciben un mandato para votar por uno de los candidatos. La idea es que puedan evitar el triunfo de un demagogo o frenar un fraude electoral en una elección cerrada.

Parece que, pese a todo, les falló en este caso. Quien obtuvo más voto del pueblo, perdió la elección. Y además lo hizo por menos de 200,000 votos en un universo de casi 120’000,000. Un margen de 0.16% de victoria, y el candidato que prometió lo imposible y se basó en la demagogia será el próximo presidente.

No bastaron 198,957 votos.

¿Por qué 198,957 votos no bastaron para ganar? Por como se distribuyeron. Si, Hillary pudo arrasar en ciudades grandes, en que se vive relativa prosperidad, abundancia de oportunidades y dónde todos tienen un amigo o conocido gay, latino, musulmán o que fuma marihuana. O bien que sea gay latino musulmán y fumador de marihuana a la vez. (¡Vamos! Lo debe haber en San Francisco o Nueva York). Pero ese mismo amigo gay, o latino, o musulmán o que fuma marihuana, puede ser profundamente ofensivo para alguien en el medio rural en el mismo Estado -ya no digamos si tiene dos o más características a la vez, o si cambiamos de estado.

La sociedad norteamericana, los votantes, están divididos en campos opuestos de casi el mismo tamaño, pero geográficamente dispersos.

Por cada mujer empoderada en la costa este u oeste, hay un hombre en el «Bible Belt» que cree que la mujer fue creada para subordinarse al hombre, callar y obedecer -como lo marca la Sagrada Escritura- y que no solo no votaría, sino que no dejaría que una mujer fuera presidente.

Por cada mujer que afirma tener derecho sobre su cuerpo para practicar una interrupción legal del embarazo, hay una que considera que el aborto es un asesinato y debe ser castigado penalmente.

Si un hipster en la costa este u oeste espera el novísmo iPhone -traído de China- haciendo una religiosa fila de dos días antes en las tiendas Mac, beneficiándose de la globalización. Entonces un obrero desempleado en el RustyBelt de los estados del Norte que antes hacían autos, o acero, o teléfonos y hoy ven que México, China u otros países se llevaron sus empleos para jamás volver, se sabe perjudicado por la globalización.

No bastaron, porque…

Un hijo naturalizado o hijo ciudadano de un migrante ilegal que esperaba la amnistía de sus padres. Un redneck en Texas con su rifle MinuteMan está listo para cazar a los mexicanos y otros latinos en el desierto.

Hay un musulmán o afroamericano que buscaba una oportunidad de crecer en paz y obtener el sueño americano. Hay un miembro de algún grupo supremacista que cree que «el único negro bueno es un negro muerto». Y también que Dios odia a los terroristas islámicos por no reconocer a Jesús (aunque el Islam sí lo considere profeta).

Sin duda hay mujeres indignada por el trato cosificado que Donald Trump ha dado a las mujeres. Desde su propia hija («si no fuera mi hija, me la cogía» declaró en un programa de TV antes de ser candidato). O a las participantes de Miss Universo o las conductoras de TV en Miami. Pero por cada una de esas, hay otra que está dispuesta a que Trump -o alguien más- la «agarre de la vagina» y la lleve de compras, o le de un divorcio de cientos de millones de dólares. O algo similar.

Y no olviden algo: votar por un candidato no te hace suscribir todas sus posiciones. Lo peor en este caso es que Trump forjó una mayoría «anti-algo», en lugar de una a favor de algo. Y muchos de sus votantes solo tienen en común…. odiar a alguien.

Lo que para unos son vicios, para otros son virtudes. Y lo triste es que los votantes americanos quedaron separados en grupos casi idénticos, con menos de un 0.16% separándolos.

Imagen de hoy: jalexartis via Compfight

 

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