Escala

A escala, todo se repite

A escala, todo se repite

Ayer fue un día interesante y extraño: por cosas de la vida, me quedé casi todo el día a solas con mi hijo menor. Lo curioso es que en la mañana fuimos a un partido de su liga de fútbol, y por la tarde vimos juntos la final de la Champions y comimos a solas. Y fue una delicia de día.

Primero, en el partido de la mañana Suárez metió el segundo gol, el del gane. Después, en el partido de la tarde Suárez metió el segundo gol, el del gane. Son distintos Suárez. Uno fue en una cancha pequeña, de escuela; el otro en el Estadio Olímpico de Berlín. Uno lo hizo por el gusto de jugar; el otro, como profesión. Pero ambos goles y ambas victorias me dieron mucho mucho gusto. Acá la escala era el tamaño del estadio y el tamaño del logro: de unas decenas de papás eufóricos a millones de habitantes del mundo eufóricos.

Segundo, en la comida dejé el celular «por accidente». Así que durante toda la comida nos atendimos y platicamos padre e hijo como hacia mucho que no lo hacíamos. Y desde por qué la lluvia es fuerte hasta el por qué no le gusta la mayonesa, una charla sin interrupciones -ni del celular, ni de las mujeres de la familia- me dejó ver un pequeño que lo mismo se acaba su sopa sin que lo presiones que te habla con esa profundidad de los sabios que no conocen nada pero observan todo. La escala aquí es hacer más importante lo que parecía algo menor.

Tercero, ver su atención con el partido de la Champions y cómo trata de aprender de los grandes. Yo confieso que no me gusta tanto el fútbol, pero a mi hijo si -supongo que lo bisabueleó, porque ni sus abuelos ni yo somos futboleros-. «Mira Papá, yo intenté esa misma jugada» fue algo que me despertó durante una minisiesta por el partido. La escala aquí es el futuro abierto para alguien tan joven y los modelos a seguir: aún puede ser astronauta, corredor de autos de carreras, investigador del espacio, piloto aviador y… futbolista.

Cuarto: ver al abuelo y al nieto ir de la mano. Dos extremos de la vida que se tocan y que comparten entre si. Nuevamente, sin interferencia es mejor. Si estoy yo, no pela al abuelo y el abuelo no pela al nieto; si tomo algo de distancia, entre ellos se entienden, juegan, platican… Aquí la escala es el tiempo. Dos momentos diferentes, enlazados por la sangre y el amor.

Quinto: Ver que la vida está hecha de esos pequeños momentos: el gol del gane que les da el pase a la final metido por tu hijo; una sopa de verduras devorada sin insistir en ello; ver que sigue soñando en grande; verlos al abuelo y al nieto juntos -ambos con el mismo nombre…-. Y pensar que ayer fue un gran día precisamente porque no pasó nada en grande. Solo lo cotidiano. Pero con tiempo y atención para saborearlo. Eso es ser feliz a otra escala.

Imagen de hoy Jeff Carson via Compfight

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