Los malqueridos

Los malqueridos: JFK

Los malqueridos: JFK

Me han regalado hace poco un pequeño librito, «Sarcasmo y sabiduría presidencial, citas memorables de George Washington a Barack Obama» (Gracias Ariadna Camacho). Y si bien se trata de eso, de una colección de frases célebres, hay una reflexión obligada sobre la presidencia que surge de su lectura.

En las Repúblicas modernas, el poder suele dividirse entre varios actores para que sirvan de «peso y contrapeso». Es decir, que no sean monarcas absolutos los que decidan qué debe hacerse. Así que se crea un Poder Legislativo, que hace leyes y asigna presupuestos así como vigila al Poder Ejecutivo en ciertas tareas; un Poder Ejecutivo, que aplica esas leyes y gasta el presupuesto aprobado por el Legislativo -típicamente, de acuerdo a sus peticiones- y un Poder Judicial, que revisa la aplicación de las leyes, valida su proceso de elaboración y resuelve contradicciones entre leyes o entre las interpretaciones de los otros dos poderes. Hasta aquí, el modelo típico de la República.

También suelen haber tres grandes modelos: El Federalista, la Confederación y el Centralista. En el federalista, algunas atribuciones importantes se reservan para un gobierno federal -entre otras, el cobro de impuestos y la organización de ejércitos y del comercio internacional, así como proyectos que pasen por más de un estado, como carreteras-, otras menos importantes para los gobiernos estatales y estas a su vez delegan a municipios o condados la provisión de servicios públicos básicos -como la provisión de agua o del servicio de limpia-. En el modelo Confederado, los estados reservan para si algunas atribuciones y le dejan al gobierno confederado las que no quieren (es decir, lo mismo pero al revés: primero escoje el Estado y luego el gobierno supraestatal). En el centralista, un gobierno central toma todas las decisiones y el nivel estatal es nombrado por él para efectos administrativos, no electo por los ciudadanos para efectos políticos.

Así que se pueden tener repúblicas federales, centralistas o confederadas; pero también las hay que se escoje al presidente por un lado y al congreso por otro; y las que escogen al primer ministro o titular del ejecutivo de entre los miembros del congreso -lo que garantiza que tendrá una mayoría para hacer las leyes que requiera, pero que el gobienro no tiene una duración predeterminada, sino que en caso de perder la mayoría, se deshace ese gobierno y se llama a nuevas elecciones buscando construir una mayoría legislativa nueva.

Total, que la democracia es un desmadre pero no hay mejor forma de gobierno: al menos asegura que las mayorías toman las decisiones -y no un único individuo- y le garantiza derechos, al menos de audiencia -y a veces mucho más- a las minorías que pueden terminar haciendo o deshaciendo un gobierno, particularmente en regímenes parlamentarios.

Pero la cabeza del Poder Ejecutivo Federal -típicamente, el Presidente de la República- suele ser culpado de todas las fallas de todos los poderes en todos los niveles de gobierno. O al revés: parece que ha ocupado el lugar divino por el cual su voluntad basta para resolver todos los problemas. ¿Una familia no tiene ingresos? ¡A pedirle al presidente unas placas para taxis! ¿Han muerto tres ciclistas en lo que va del año? ¡A pedirle al presidente seguridad en las ciclovías! ¿Han desaparecido estudiantes? ¡Muerte al presidente, porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!

Las frases.

Pues bien, leyendo el libro que les comentaba al principio, parece que no hay mayor villano ni oficina más difícil que la del Presidente. Nadie lo quiere, todo lo que hace está mal y es un asco; nunca debió llegar a la oficina presidencial y debería estar fuera. Y eso se ha dicho prácticamente de todos, desde Guadalupe Victoria hasta Enrique Peña Nieto en nuestro país; y desde Geroge Washington hasta Barck Obama en Estados Unidos… Porque si, hay presidentes queridos o apreciados; típicamente, una vez que se mueren -y más si se mueren estando el poder antes de acabar sus periodos y a pesar de una guerra civil en su país, como Abraham Lincoln o Benito Juárez… que curiosamente ambos tienen un mausoleo importante en el que aparecen sentados como en un trono-. Pero la mayoría no son precisamente los más amados, y menos cuándo vez encuestas de popularidad con 25% o menos.

En fin, van diez frases que ilustran por qué los presidentes son «los malqueridos».

En palabras de Martin Van Buren (8avo presidente de EE.UU., 1837-1841): «Como presidente, los dos días más felices de mi vida fueron el de mi entrada al cargo y el día que lo entregué».

Dijo James K. Polk: (11vo presidente de EE.UU., 1845-1849): «Estoy profundamente emocionado de que muy pronto terminará mi periodo. Dejaré de ser un sirviente y volveré a ser un soberano». ¿Por qué pensaba eso? Pues porque también dijo: «Las personas de Estados Unidos no tienen idea de cuánto tiempo del Presidente, que debería ser ocupado en los temas más importantes, se ocupa en las personas inescrupulosas y voraces que buscan cargos y negocios».

Dijo William H. Taft: (27mo presidente de EE.UU., 1909-1913): «El presidente no puede hacer que llueva ni puede hacer que crezca el maíz; no pude hacer que los negocios ganen; pero cuándo esas cosas pasan, los partidos políticos claman el mérito de que las cosas buenas que hayan ocurrido de tal forma».

En palabras de Herbert C. Hoover: (31er presidente de EE.UU., 1929-1933): «Ser un político es una pobre profesión. Ser un servidor público es una noble profesión».

O cómo bien dijo Harry S. Truman (33er presidente de EE.UU., 1945-1953) «He nombrado un Secretario de Semántica – un puesto muy importante. Él me equipará con palabras grandilocuentes, de cuarenta a cincuenta dólares cada una. Me dirá como decir ‘si’ y ‘no’ en la misma oración sin caer en contradicciones. Debe darme una combinación de palabras tal que me ponga en contra de la inflación en San Francisco y a favor de ella en Nueva York». Creo que Truman ha sido uno de los más destacados presidentes americanos, por su parsimonia, moderación y discreción, procurando hacer un gobierno eficiente y eficaz. Algo así como don Adolfo Ruiz Cortínez en México. ¿Su secreto? «Tres cosas arruinan a un hombre: el poder, el dinero, las mujeres. Nunca quise el poder. Nunca tuve dinero. Y la única mujer en mi vida está justo ahora arriba, en la casa» (refiriéndose al dormitorio de la Casa Blanca».

Dos más, de John F. Kennedy: (35to presidente de EE.UU., 1961-1963 e imagen que ilustra esta entrada) «Cuando entré al cargo, lo que me sorprendió más que nada fue encontrar que las cosas eran tan malas como había dicho que eran desde afuera del cargo…». Y también añade que «El gran enemigo de la verdad no es frecuentemente la mentira – deliberada, retorcida y deshonesta- sino el mito -persistente, persuasivo e irreal».

Pero la que se lleva la palma, la clave de todo, la verdad absoluta, es la de Gerald R. Ford: (38vo presidente de EE.UU., 1974-1977) caracterizando su presidencia: «…creo que esto demuestra que en América cualquier estúpido puede ser Presidente».

Llama la atención lo sintomático: todos quieren llegar a ese lugar… y los que están allí ya no lo quieren. ¿Por qué será? En nuestra siguiente entrega buscaremos el motivo.

Mientras tanto, si a alguien le interesa el libro del que hablamos, puede conseguirlo aqui:

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Thom Watson via Compfight

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