Niño escritor

Niño escritor

Niño escritor

A raíz de nuestra entrada anterior una de nuestras lectoras asiduas hizo una pregunta y un comentario. ¿Qué implicó ser «niño escritor»? ¿Puedes ampliar en eso?

Creo que hay tres grandes ideas que comentar al respecto: si es algo que te marca, te deja ciertos recuerdos, y te acompañará por siempre.

No importa qué otras cosas he logrado en la vida, pequeñas o grandes, como parte de un equipo o en solitario: los trabajos escritos y publicados son de lo más importante que puedo llegar a hacer. El que alguien se te acerque diciendo que algo que escribiste «lo emocionó» o «lo hizo vibrar»; o incluso que no está de acuerdo o que pudiste hacerlo mejor… Todo eso genera una sensación de que estás impactando el mundo.

Recuerdo en particular la firma de libros de Juan José Arreola. Yo sabía quien era él, y había leído su trabajo. Ver que firmaba los ejemplares de mis compañeros me emocionó tanto, aunque no se incluía obra mía en ese volumen -era aún pequeño-, fue algo que me inspiró a querer ser como él. El siguiente año, en que se publicó mi cuento «La historia del Submarino El Delfín», me sentí muy emocionado en particular -era uno de los cuentos más largos de todo el libro-. Creo que ese fue un momento en el que decidí que, pasara lo que pasara más adelante, yo quería hacer libros. Quería ser autor.

También recuerdo de forma especial que, para poder editar un pequeño periódico escolar, picábamos los esténciles en una máquina de escribir de carro ancho (era casi del largo de una hoja oficio, o más- y luego iban al miméografo. Teníamos que poner una hoja sucia entre cada hoja impresa, a fin de evitar que se manchara de tinta el reverso. Allí escribía una pequeña columna de curiosidades («¿Sabías tú qué?») que bien podría ser el antecedente directo de este blog. Luego, ya con la tinta seca, se ponía otro esténcil, el papel del otro lado y se tiraba el reverso de la hoja… poniendo páginas sucias en medio para que no se emplastara. Tarea lenta y repetitiva, pero que me metió el sentido del trabajo y la dedicación -y el olor a tinta- hasta el fondo de la memoria. Y me sigue emocionando. Porque, para ahondar, el director de la Escuela que fungía como jefe del taller, nos contaba anécdotas de Gandhi haciendo esa misma tarea, o de como un miméografo, papel y tinta bastaban para burlar cualquier censura: era muy pequeño como para llevarlo de un lado a otro, y se podían hacer miles de copias con facilidad y bajo costo -recuerden que las fotocopiadoras no eran masivas a mediados de los años setenta-.

El otro recuerdo importante que tengo es haber leído las galeras de los libros en pliegos enteros, antes de su corte. Y ver que una página va hacia un lado y la otra hacia el otro, y que junto a una viene la contraria -a casi 64 páginas de distancia-…. Creo que fue un punto en dónde pude empezar a abstraer las partes de diseño editorial y contenidos.

Al llegar a la prepa, el periódico escolar -otro distinto- se «picaba» en un procesador de texto rudimentario (chiwiter), y luego se diagramaba con tijeras en hojas blancas, buscando el balance de columnas e imágenes antes de fotocopiar nuestro original. Grandes años también.

En  la universidad, ya contábamos con Pagemaker en una vieja Mac, y en horas y horas de trabajo, pero de las que ya salía una preprensa en PDF y los periódicos (uno más) totalmente rediseñados.

Haber participado en el primer consejo editorial de Reforma.com tras haber lanzado el primer periódico universitario en Internet, apenas con «tablas» de HTML y una página por artículo. Nada mal, si consideran que se hacía en el mismo año en que NetScape se presentó en público. Y si bien los lectores eran sólo los propios estudiantes de la universidad -el Internet no era tan difundido como ahora- también fue importante.

Por eso, ahora que me siento ante una laptop Mac, abriendo Scrivener y sacando libros terminados en papel o en electrónico, me siento feliz, cumpliendo uno de mis sueños de niño. Y si, feliz por haberlo logrado. Y pueden ver lo que ya logré en torno a este tema en la página autor.gjsuap.com , y por supuesto, sepan que soy muy feliz cada vez que presiono «publicar» en este blog o que envío un libro impreso a algún lector. Y por ello, para ese niño autor de hace tantas décadas, tener la primer novela publicada es una emoción especial. Y les invito a compartirla en clarasandra.com donde pueden pedir, en la tienda Kichink! su ejemplar autografiado entregado a domicilio. No se lo pierdan.

Imagen de hoy por Carissa Rogers via Compfight

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