Estos días de anticipación a lo que será el nuevo gobierno del país han transcurrido con dos temas fundamentales cuya aplicación «desde el primer día» será fundamental para marcar una diferencia importante entre el nuevo gobierno y los anteriores. La austeridad y el combate a la corrupción. Hoy les comentaré algunas cosas que dos décadas en el servicio público -incluyendo la redacción de la Ley de Austeridad y Gasto Eficiente del Distrito Federal- me enseñaron.
Ante todo, hay que tener en cuenta que, en efecto, los gobiernos desperdician mucho dinero. Mucho. Demasiado. Pero parte de un hecho claro: en un hogar, primero sabes cuánto dinero tienes y con base en eso haces un presupuesto de gastos. Tanto para servicios básicos (agua, luz, predial o renta, alimentos). Después, bienes imprescindibles pero que no son cotidianos (ropa, electrodomésticos y enseres del hogar, reparaciones, impuestos) Luego para servicios necesarios pero que sí tienen sustitutos públicos (médicos, escuelas privadas, actividades deportivas o culturales; transporte, sea auto particular, taxis o camiones y metro). Por último para lujos: vacaciones, diversiones, mascotas.
Obvio que hay quien prefiere mandar a los hijos a escuelas públicas pero llevarlos un mes a Europa en las vacaciones. O quien prefiere tener un carro de medio millón y un único sillón inservible. Hay quien considera las mascotas un servicio básico y quien prefiere no pagar impuestos mientras pueda hacerlo. Cada hogar decide su presupuesto.
Administrando como gobierno
En un gobierno el problema es otro: la ley le impone obligaciones. Debe ofrecer seguridad pública, educación laica, gratuita y universal; debe llevar un registro de todas las minas y ofrecer financiamiento a la vivienda. Tiene la obligación legal de gastar el 1% del PIB en investigación, ciencia y desarrollo. Debe ofrecer mecanismos de transparencia y rendición de cuentas. Y, por supuesto, museos, hospitales, puertos, aeropuertos, limpia, agua, etc. etc.
El problema es que primero llega la obligación y luego, después, ve si el presupuesto le alcanza. No puede decir que no, pues es obligación legal. Pero no puede hacer todo. Así que no hay dinero que alcance. Sí, además, desperdicia lo que tiene, pues… Ni modo, alcanza para menos. Por eso los presidentes son tan malqueridos: no pueden lograr lo que se proponen, siempre falta algo o alguien por atender de la mejor manera.
Austeridad…
Ahora, una manera de intentar hacer «más con menos» es la austeridad. Vean, por ejemplo, esa iglesia luterana que ilustra la entrada de hoy. Cero adornos, sobria, discreta. Compárenla con nuestras iglesias barrocas. En ese sentido, la austeridad en el gobierno sería bienvenida.
El problema es asumir que «austeridad» es no gastar nada. Por ejemplo, evitar comprar vehículos a los servidores públicos. Me parece bien que no se compren unidades de lujo. O que se cambien cada dos años. Pero en mi carrera me tocaron ver desastres como éste: una camioneta Combi modelo 1973, a la que se le metían 50 mil pesos anuales de mantenimiento en el 2003. Porque, por norma, no podía venderse o chatarrizarse. Pero tampoco abandonarse. Pasaba medio año en el taller. Con el gasto de dos años, podía tenerse una totalmente nueva, funcional. Pero no: la carcacha debía mantenerse «por austeridad». Estaba prohibido comprar nuevas. O reducir el parque vehicular. Seguíamos tirando dinero a lo estúpido.
Segundo ejemplo: en la construcción del primer metrobús en la Ciudad de México, se optó por poner la superficie de rodamiento más barata posible. Debía ser austero el proyecto. Por supuesto, antes de un año debió reemplazarse por una de hormigón armado. ¿Motivo? El suelo «austero» se hundió con el peso de los camiones. Se gastó doble, tardó más tiempo, y fue un ahorro mal entendido. Eso no debe hacerse.
…bien llevada.
Un caso positivo: cierta compra de seguros para activos propiedad del organismo. La adquisición anterior fue por casi 50 millones de pesos. Redefiniendo términos y condiciones, adecuando el parque y las coberturas, generando un esquema de coaseguro y cobertura paraguas, logramos bajarla a 12 millones de pesos. Ahorramos casi el 75% sin perder la protección del seguro, cumpliendo la ley y mejorando el uso de los recursos públicos. Pero… los 40 millones ahorrados se tuvieron que regresar a Tesorería -por ser ahorros- y no pudimos reasignarlos a otras necesidades urgentes. Así no se puede.
Otro buen ejemplo: Por norma, debíamos salir a las 5 p.m. Pero muchos trabajadores de base empezaban a trabajar a las 5, para cobrar horas extra. Entonces, de 8 a 5 hacían muy poco, o nada. A las 5, empezaban a trabajar para irse 9, 10 u 11 de la noche, cobrándonos doble jornada. Se hizo la adecuación a las condiciones laborales. Dejamos de pagar horas extra después de las 5 p.m.
Claro que se definieron metas de «qué se considera un trabajo cumplido por hora laborada». ¿Revisar 10 expedientes, 5? Los que fueran según el área. Pero si a las 5 no habían acabado 80 expedientes, se les descontaba el día. Y no se pagaban horas extra. Pero… establecimos un pago adicional si excedían las metas. Si el mínimo aceptable era 10 expedientes por hora, y sacaban 12, ganaban 10% extra; con 15, un 20% adicional. Sujeto a que no tuvieran errores. (No solo era sacar más, era hacer buen trabajo). Pero si 2 meses se rebasaba la marca de «superior», el nuevo piso se volvía 12. Es decir, mejora continua. Obvio, muchos renunciaron. Pero los que se quedaron ganaban más… y nosotros gastábamos menos. Austeridad bien entendida.
Gasto eficiente…
En contraste, en la ley que ayudé a redactar, la de Gasto Eficiente se ponían límites y controles como los siguientes:
- Cuándo el costo de mantenimiento de un vehículo anual exceda el 50% del valor promedio en Libro Azul para el año y modelo, DEBE darse de baja. Punto.
- Si el resultado de una licitación pública excede el 30% el precio promedio de mercado, DEBE declarase desierta. Particularmente en el rubro de consumibles.
- Todo servidor público debe registrar el teléfono de su domicilio. Cualquier llamada efectuada desde el trabajo al mismo, debe cobrársele.
- Todo proyecto debe incluir el costo de las horas que se invirtió en realizarse. Por ejemplo, si en una presentación se usaron 10 horas de jefes de departamento, 5 horas de directores y 2 de director general en su preparación, se debe ponderar cuánto costó hacerlo.
- En la medida de lo posible, evitar el uso de papel. Todo trámite debe realizarse en formato electrónico y usar la firma electrónica del funcionario como elemento de validación. Hoy es habitual, hace 10 años era novedoso.
En fin. La ley se incorporó al Código Financiero para el año siguiente. Muchas medidas se descartaron, porque eran contrarios al discurso de un ex Jefe de Gobierno que propugnaba la austeridad. Ser cuenta chiles no es usar bien el dinero. O, como dice el refrán, «lo barato sale caro».
Revisar las propuestas
Hay medidas que se propondrán que, en principio, parecen ahorros pero son poco funcionales. Otras que son muy necesarias. Unas que se mal interpretan: por ejemplo, los sueldos nominales son bajos (digamos, ocho mil pesos). Pero se complementan con bonos, compensaciones garantizadas y otras figuras. Para el ejemplo, digamos que 40 mil pesos. Y se hace así por una cosa: si el funcionario es despedido injustificadamente y demanda, el sueldo para el cálculo de indemnizaciones y demandas es de 8 mil pesos. Menos de un mes de su sueldo «real».
No le conviene pelearse. Mejor irse en paz con 3 meses de 40 mil. 120 mil en lugar de 24 mil, es buen negocio para ambas partes. Pero si se deja en ocho mil pesos, nadie con talento y capacidad aceptará ese nivel de trabajo y responsabilidad. Y si integras sueldo, hay un incentivo perverso. Me tocó ver demandas laborales por varios millones… en plazas que no ganaban un millón en un sexenio. Y ganaban. Porque, precisamente, los sueldos «integrados» eran mucho más altos.
Normas caso por caso
No es lo mismo un funcionario que está constantemente en viajes por el país, que uno que tiene funciones fijas. Uno de mis compañeros llegó a acumular 120,000 pesos de viáticos no pagados. Porque lo mandaban a «atender emergencias» cuatro días cada semana. Pero, por ley, no podía estar fuera de la oficina más de 30 días hábiles en el año. A mi me tardaron en pagar casi 9 meses unos viáticos de un «viaje de emergencia», porque no se tramitó en tiempo y forma. Tres mil pesos jineteados por tanto tiempo por parte del gobierno. Lo padecí.
A mi amigo, al final, le dejaron 90 mil pesos no cubiertos. Tres meses de su sueldo de un año, perdidos. ¿No le hubiera convenido más decir que «no voy porque no me dan viáticos»? Si. Pero… era dedicado y cumplidor. Y trabajó de gratis. Yo no volví a aceptar comisiones sin viáticos pre aprobados. Y me dejaron mucho tiempo en la oficina porque «no tenía disposición para apoyar a la dependencia».
A final de cuentas, entiendo que la norma debe ser general. Pero también considerar caso por caso. Si el funcionario debe hacer supervisión de campo en todo el país, limitarlo a 30 días es inadecuado. Y hacer que pague sus propios viáticos de su bolsillo, un error. Pero quien mete como gastos de viaje la ida a la tiendita por refrescos y cigarros no debería poder hacerlo.
Conclusión
Cuándo tengamos las medidas concretas, les comentaré las que creo que no servirán de mucho y las que eran imprescindibles. Porque, insisto, es importante que el gobierno se lleve más como una casa (de hecho, esa es la etimología de «Economía»: el manejo de la casa) y menos con el esquema de «primero las obligaciones, y luego vemos cómo las pagamos».
Lo que si debemos destacar: la austeridad, por si misma, no es buena. Gastar poco pero no lograr el objetivo, es desperdiciar recursos. Lo que se debe hacer es gasto eficiente: gastar lo menos que se pueda, pero cumpliendo el objetivo del gasto. Fomentar la mejora continua. Alinear los incentivos del funcionario, del servidor público, del usuario y del país. Y eso, eso si hace un cambio positivo para todos.
Imagen de hoy esquiloctero