El 2 de octubre suele ser una prueba difícil para la autoridad en la ciudad de México. Desde que en 1968 en la plaza de Tlatelolco ocurrió la matanza que frenó el movimiento estudiantil, es complicado ejercer la autoridad. No solo en esta ciudad, sino en el país. Por eso se suele decir que el 2 de octubre «no se olvida«. Siempre es complicado. Y más en esta ciudad.
Esto porque, desde entonces, si una autoridad hace «algo» para ejercer sus facultades del uso de la fuerza (conforme a la ley, acotado, medido y proporcional) se ganará la etiqueta de «autoritario». Si hace muy poco, se le criticará su tibieza. Y si hace demasiado… bueno, pues el mote de represor, «diazordacista» y salvaje le perseguirán de por vida. E incluso en eventos que nada tienen que ver con la autoridad, le tocará ser el responsable.
Como ejemplo, el caso Ayotzinapa: lo que empezó precisamente por un secuestro de camiones de los estudiantes de la normal rural para venir a la marcha del 2 de octubre, terminó contaminado por una guerra de pandillas locales. Pero como una de ellas estaba vinculada al alcalde, policías municipal y estatal o no se metieron o lo hicieron para agravar el conflicto, en tanto que la federal y el Ejército «cerraron» la ciudad pero dejaron hacer. Al final, una falla a nivel federal («Es una pelea entre cárteles locales, no hay que meterse») acabó etiquetando al gobierno como incapaz, al presidente Peña como asesino y los 43 desaparecidos tienen un responsable: «Fue el Estado». Este evento terminó con el momento de apoyo y credibilidad que tenía esa administración. Y así Aguas Blancas, Atenco, Nochixtlán, y todos los casos similares, de mal uso de la fuerza por parte del Estado.
Un año especial
Pero este año tiene un elemento adicional: es el primer año del gobierno de López Obrador y de Claudia Sheinbaum. En su toma de posesión, ella que surgió de movimientos estudiantiles de la UNAM (del de 1986), anunció la desaparición del cuerpo de granaderos. Él, que viene de bloqueos y plantones de movimientos sociales contra PEMEX en Tabasco dijo que no habría represión. Y lo mismo ha dejado bloquear vías de tren por hasta un mes que deja que cada semana tomen casetas de peaje en carreteras federales (y se roben el dinero) movimientos de lo más diverso, impunemente. ¿Puede ejercer la autoridad quien se asume como oposición?
Por supuesto, esta circunstancia hará que el tema del manejo de la autoridad y la contención de los vándalos sea especialmente complicada.
Autoridad temerosa
Desde 1968, a la autoridad mexicana (desde el más pequeño policía municipal hasta el Presidente de la República) suele titubear y hasta refrenarse si le toca aplicar la fuerza pública. Para todo lo demás, se puede ser tan autoritario o ilegal como se quiera. Pero para agarrar el tolete y pegarle a alguien, les tiembla la mano. Tenemos una autoridad temerosa.
Y no es por un respeto a los derechos humanos. O por considerar que no es legítimo. Y menos por un amor cristiano hacia el prójimo. Es el miedo al qué dirán, a verse autoritario… Nadie quiere ser el siguiente Díaz Ordaz.
Eso causa que, cuándo eventualmente en un mando menor se desbordan las pasiones o se pretende «controlar a los revoltosos», se acabe cometiendo más errores de los que se querían evitar.
¿Es o se elige?
Ahora, una duda: Una autoridad ¿Es autoridad o se elige autoridad? De acuerdo a los principales teóricos, como Hobbes, el Estado surge como un «Leviatán»: un monstruo fuerte y poderoso que hace temer a todos y, mediante el temor, preserva el orden social y la justicia. Porque tiene capacidad hasta de tomar vidas y bienes, pero se modera por la ley.
Para otros, como Webber, el Estado tiene «el monopolio del uso legítimo de la violencia». Por eso soldados y policías deben ser empleados públicos y jamás empleados privados, y a su vez, disciplina y respeto a la ley deben ser sus principales límites. Porque ya lo decía Platón: «¿Y quién vigila a los vigilantes?».
Pero hay un detalle: en los poderes autoritarios, marcadamente en las monarquías, el Rey manda porque Dios así lo quiere: el poder del Soberano emana de la divinidad y es inexpugnable. Sólo Dios, quien puede hacer morir a un Rey y poner otro, es quien tiene la autoridad sobre la autoridad. Pero en una democracia quien manda es el pueblo. Y toda autoridad debe procurar tener al menos la mitad más uno de los votantes a su favor (o menos si hay más partidos) para asegurar su reelección o la de su partido.
La duda si la autoridad es autoridad, o si se elige como tal. Si cree que tiene ese «monopolio del uso legítimo de la violencia» y la sabiduría para usarlo bien (de preferencia, no usándolo). ¿Es el temerario Leviatán o el temeroso mago de Oz, escondido detrás de espejos y cortinas de humo?
La democracia mexicana.
En el extremo mexicano, con abstención cercana al 50% y nueve partidos registrados, es posible ganar el poder con el 16% del padrón. O como el presidente actual: aún con 30 millones de electores, es menos del 33% del padrón y apenas el 25% de la población. O sea que una mayoría no votó por él (a pesar de venir de una elección legítima y legal y ser el presidente electo con mayor número de votos totales en nuestra historia).
En contraste la última elección de Porfirio Díaz le dio 95% de los votos. Pero la de Madero, casi dos años después, le dio 99% del total de los votos emitidos. Claro que, por las circunstancias, con el número total de votos de Madero hoy ni siquiera podría ser alcalde de un municipio pequeño. Es otro México y votan mucho más ciudadanos que hace un siglo.
Autoridad: se hace… o se hace.
El tema que veremos esta tarde es si la autoridad ES autoridad… o si se hace pato y declina ser autoridad. Por ejemplo, tiene a la policía, pero decidió que mejor un «cinturón de paz» de ciudadanos sea quien resguarde la marcha y aísle a los violentos. Pero a la vez instruyó para que 12,500 funcionario y empleados del gobierno de la ciudad y las alcaldías asista voluntariamente a fuerzas a la marcha.
Lo que también se observa es que en muchos puntos de la marcha, se aislaron de antemano edificios públicos. Bellas Artes, Relaciones Exteriores, el SAT y hasta el metro y el metrobús «tapiaron» sus instalaciones. La gran duda es si eso bastará para contener la violencia… o, por el contrario, la acelerará.
La verdad es que el resultado no podremos saberlo hasta ahora. Y lo cierto es que lo que suceda el día de hoy sin duda marcará si hay un cambio hacia la civilidad y el orden… o hacia el terrible escenario de la película «la purga», en la que un día al año «todo crimen se hace legal» y con ello «se despresurizan las bajas pasiones sociales». (Por cierto, acá les dejo el corto)
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