Estás un día como cualquier otro, haciendo lo que tienes que hacer, siguiendo la rutina. Y de repente… ¡cambios! Cambios en la agenda, en la programación, en lo que se espera… en todo. Hay que aprender a adaptarse.
Algunas llamadas importantes. Clientes que te habían cancelado, pidiendo que amplíes el proyecto. Esto está bueno. Otros que te habían dicho que «tal vez sí», pidiendo fechas. Unos más, que veías seguros, cancelando o posponiendo. De todo un poco. Así como suele suceder.
Sabemos que la vida a ratos pone dificultades. O que hace que los planes no corran como los haces. No pasa nada: te ajustas y varías lo que se tiene que cambiar. Y listo: la vida profesional vuelve a su cause y todo se adecúa.
Pero… otra llamada más ruda. A cancelar todo. Es necesario modificar planes, posponer, adecuar. Adiós a las rutinas y bienvenidas las sorpresas de la vida. Como he dicho antes, la flexibilidad es la clave en la vida. Momento de salir, jueras de programa, a un hospital del otro lado de la ciudad.
Cambios súbitos.
Y sí: una llamada. A cancelar todo. Una tarde en el hospital. Tarde de jueves que se vuelve viernes. Y que promete un fin de semana «guardado» en eso. Ni modo, en los cambios necesarios esto es prioridad.
Para colmo, el Internet fallando. No es posible tener toda la conectividad. Darle seguimiento a los temas. Menos cuándo estás en una sala de emergencias en el hospital. Ya saben: ese lugar en que la señal del celular es más débil. Tal vez para no interferir con los aparatos del área de adentro.
Pero bueno. No es el mejor lugar para estar, pero hay que estar. Es de esos días en que la vida, la salud y las emergencias médicas piden que todo lo demás se deje en segundo plano. Los cambios de planes pocas veces se justifican más que en una situación como ésta.
Imagen de hoy Sebastián Betancourt