Cerebro apagado. Reiniciando -no desconecte-.

Creebro apagado, no molestar - Imagen de hoy: meo on Pexels.com
Cerebro apagado – No molestar

Ya estamos en esos días en que el cerebro apagado es la norma. No se equivoquen: no es posible apagar el cerebro y seguir viviendo. Me refieron a que estos días ya no se alimenta de estrés, no tiene plazos fatales que cumplir y tampoco proyectos importantes a los cuáles dedicarse.

Puede, holgadamente, hacer un maratón de The Mandalorian, jugar un poco de videojuegos, leer algo intrascendente o irrelevante, o como dice el bonito refrán, «descansar haciendo adobes».

Casi todas las tareas laborales del año están terminadas; los plazos, cumplidos. Los proyectos personales pueden avanzar sin prisa, aunque sin pausa. Los proyectos de los clientes ya se entregaron, o requieren pequeñas tareas de seguimiento. Andamos, pues, en modo de «cerebro apagado».

Cerebro apagado: no exactamente.

Sé que es una exageración: no es posible «apagar el cerebro». Me refiero a que no está corriendo, como normalmente, contra plazos de entrega y expectativas de lo que tiene que hacer. Ha podido disfrutar de un vuelo con tiempo muerto -en realidad, leyendo por placer-. He podido ver hasta ocho horas en un día de una misma serie. O leer y escribir con calma.

Por ejemplo, pude hacer algunas de esas minitareas que me daban pereza: activar adecuadamente la nueva app para seguimiento de tareas. Me di cuenta que la de Google no puede procesar tareas repetitivas adecuadamente, y la que estoy usando se asociaba a la agenda generando casi 20 «tareas diarias» y les daba horarios. No necesito eso. Necesito que me recuerde a las 8 la medicina de las 8, a las 9 la de las 9 y la de las diez de la noche a las diez de la noche. Del resto, me basta que si a las 9 p.m. no me he reportado con la tarea hecha, me la recuerde.

A final de cuentas, se que no es lo mismo una tarea que una meta que una acción. Tomar la medicina tiene que hacerse a determinada hora, pase lo que pase. ESO tiene que recordármelo. Y no porque no sepa que tengo que hacerlo: es porque, a veces, se me olvida en el momento exacto, y tomarla una hora tarde tiene menos efecto.

No molestar.

Por lo demás, estoy en la fase de «no molestar»: puedo hacer lo que quiera cuándo quiera. No tengo tanta prisa o problemas con lograr ciertas cosas. Si hay tareas que no se hacen, no pasa nada. Es un momento de dejar que, como ocasionalmente lo hace el celular, el «sistema operativo» tome su propio paso a tiempo.

Hay quien me dice que aproveche y me duerma 18 horas al hilo. ¿Qué les pasa? Una cosa es descansar, otra «desconectarse» de la vida. No es para tanto. Lo dicen los mismos manuales y los propios celulares: cuándo vas a recargar sistema operativo, o a actualizarlo, tienes que estar conectado todo el tiempo a la energía y no apagar el teléfono.

Pues eso mismo con el cerebro: dejarlo sin presión no implica que hay que ignorarlo o «apagarlo». Implica que lo puedes dejar haciendo otras cosas, a su paso y sin prisa. Por ejemplo, poniendo el blog Dichos y Bichos al día: ya tiene algunas de las entradas que se habían quedado «en borrador» activadas, otras nuevas escritas, y ya logramos la meta de tener, al menos, una cada semana durante todo el año. A veces, más.

Y, más importante, ya pude agendarme para volver, a partir de la próxima semana, a publicar tres veces a la semana, y una vez cada quince días en el periódico. Porque ya avancé lo que tenía que poner al corriente. Por ejemplo, ya pude volver a acordar con Laura para tener entradas leídas con voz, y no sólo escritas. Y otras cosas más, que les iré contando en 2021. Que para eso sirve, de cuándo en cuándo, apagar el cerebro: para dejarlo crear libremente.

Imagen de hoy: meo on Pexels.com

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