Pues nada, que he ido aprendiendo a observar a ratos a las nuevas mascotas, y me llama la atención dos cosas: la primera, es que uno de ellos es sumamente activo y el otro pasivo. Si, ambos son machos -a pesar de que una de las vendedoras nos recomendaba llevar macho y hembra «porque si no se harían gays»; ciertamente no queríamos llenarnos de hamsters y no nos preocupan sus otras conductas-, pero uno se la pasa corriendo, trepando, se mete a un tubo, baja la escalera… tiende a estar activo. El otro, incluso en horas de vigilia, suele estar tranquilo, metido en su casa, sin hacer gran cosa -al menos aparentemente-.
La segunda es que, hagan lo que hagan, obtienen lo mismo: comida y agua suficiente. No es precisamente que les paguen horas extra, obtengan más reconocimiento o les vaya a ir mejor en la vida. Dudo que les den un ascenso o que se puedan casar con alguien mejor si en verdad se esfuerzan. Hagan lo que hagan, obtienen lo mismo.
En alguna ocasión, mientras uno corría sin parar en la rueda de ejercicios -que no los lleva a ninguna parte, pero que en verdad se ve girar muy muy rápido a veces- alguien pidió que lo bajaran de allí y dejara de hacer ruido. Y contesté medio en burla «déjalo, tiene que acabar un informe para hoy porque se vence el plazo…». Y entonces me di cuenta que, en muchos casos, en verdad que los oficinistas vivimos como hamsters.
Me explico: un obrero manual termina su jornada con un producto tangible, acabado. Un académico puede, al cabo de un semestre, terminar un curso Y un libro o material escrito (de preferencia, para una revista arbitrada). Pero la gran mayoría de los oficinistas hacemos sólo informes y reportes… que no ayudan a tomar decisiones, sino a «cumplir requisitos». Es decir, no se producirán más bienes tangibles o intangibles. Simplemente, se cumplirán requisitos burocráticos. Actuamos como hámsters.
Y que conste que no solo me refiero a las burocracias gubernamentales: alguna vez trabajé en un par de pequeñas empresas casi familiares, pero en las que el Director de cierta área -que era yo- no podía hacer absolutamente nada sin la autorización expresa… de la secretaria del Director General. Que si el decía que yo hiciera algo, pero no le instruía a su secretaría, olvídate de que pudiera contar con la información y otros recursos necesarios. Alguna vez me salí a copiar unos informes, debido a que «no estaba autorizado que sacara yo las copias»; posteriormente, se usó la bitácora para probar que yo no había trabajado porque «no sacó las copias», aunque el informe estuviera hecho y con los anexos -las copias- incluidas. Obvio, fue en mi penúltima semana allí (había que esperar la quincena; pero era absurdo que un director no pudiera pagar fotocopias de su bolsillo para terminar un trabajo a tiempo).
Y, al final, tras ver a las mascotas en su jaula, me quedaba claro algo: no importa que hagas o dejes de hacer, lo relevante es pasarla bien y encontrarle sentido a lo que haces. Así sea dormitar casi todo el día y sólo ir a comer; o frenéticamente hacer girar la rueda que no va a ningún lado y pasártela en túneles y vericuetos. Al final, la felicidad no es sólo el destino, sino el recorrido. A veces siento que me la paso mejor siendo el ratón que más corre -así sea para escribir un blog que casi nadie lee- pero no desperdiciando el tiempo. Es solo cosa de alinear las perspectivas.
Imagen de hoy por Nehama Verter via Compfight