Hoy será un día de tomar decisiones importantes. En varios sentidos. De esas que demostrarán tu confianza en ti mismo… o la falta de la misma Son decisiones que pueden ser muy dolorosas. O financieramente complicadas. ¿Puedes? ¿Eres capaz? ¿Crees en ti mismo y en los proyectos?
Ciertamente ninguna será fácil. Pero debo hacerlas. Ahora. O muy pronto. Son, sin duda, un salto de fe. Pero debo hacerlo. No solo quiero y puedo: simplemente, debo hacerlo. Y pocas veces el «querer», el «deber» y el «tener» se alinean como en este caso. Vale el esfuerzo.
Decisiones: llegó la hora.
Algunas decisiones de hoy no puedo hacerlas públicas aún. O tal vez nunca. Pero bueno, ya están en marcha y no hay mucho que hacer al respecto, más que esperar a que se cumplan los plazos y esperar que todo salga bien.
Es una de esas situaciones de «nunca lo he hecho» y que tal vez no hubiera considerado hacer voluntariamente con ganas. Así pasa. Pero lo hago convencido y dispuesto a afrontar lo que viene.
La otra… la otra es creer en mi mismo, sabiendo que en este momento no hay las condiciones para que funcione así. Pero recuerdo tanto y tanto la anécdota sobre los judíos y el Mar Rojo que ya les he contado a detalle: el mar no se abrió cuándo Moisés lo pidió, o cuándo levantó su bastón y los brazos en alto. No. Se abrió cuándo el primer israelita que tenía el agua hasta el cuello siguió caminando, con la plena certeza de que se abriría el mar.
Así pues, vayan mis últimas dos monedas que puedo destinar a esto, mi última medida de harina y la poca agua del pozo: confío en que todo saldrá bien. Más que confiar, tengo la plena certeza. Porque esta es la hora de tomar decisiones y ejecutarlas adecuadamente.