Lo que si es que, con todo y título, el aeropuerto apesta. Y no me refiero únicamente a que sus operaciones sean ineficientes. No lo son… del todo. Pero consideremos que es un aeropuerto que tiene una capacidad aeronáutica de hasta 61 operaciones de despegue/aterrizaje por minuto, porque solo cuenta con dos pistas y se requieren un par de minutos de espaciado entre vuelos. No, apesta… literalmente.
Resulta que el principal tiradero de la ciudad no dista mucho del aeropuerto, así que es relativamente común en mañanas como ésta que el «aroma» en torno a la terminal aérea sea pestilente. Huele mal, y punto. Al menos hoy nos tocó una puerta con pasillo y no tener que salir en un pequeño camioncito para subir, literalmente a pie, en el avión. Bueno, eso espero que aún no nos llaman a abordar y todo puede suceder (por ejemplo, el hecho de que hoy no apesta…. tanto).
Lo cierto es que desespera esperar. Tal parece que han decorado los aeropuertos con pocas bancas y muy incómodas para que, al subirte al avión por pequeño y destartalado que sea, no extrañes un mínimo de comodidad. Que puedas comparativamente decir «Oh. que cómo avión. En realidad, no mucho, pero mejor que las bancas, eso sí…»
Por si fuera poco, la batería del celular se agota rapidísimo. No sé si es porque recibe «demasiadas» radiofrecuencias y tiene que filtrarlas más, o porque tiene que aumentar su potencia para «ganar» un lugar en una radioantena, sabiendo que hay decenas de miles de personas y todas con dos o tres o hasta cuatro aparatos de radiocomunicación.
Total, que no pensaba que iba a acabar esta entrada a tiempo. Si por algo nos avisan que el vuelo se retrasa, escribiremos una posdata… o pos hora. Por ahora, seguiré esperando desesperadamente… o como sugiere mi amigo @RicardoDelRock, «ejercitando la paciencia«.
Imagen de hoy por Dani Sardà i Lizaran via Compfight