Bien, veamos… El sistema electoral mexicano es tan sospechoso, que ha dividido el proceso electoral en dos días completos -pero no como si fuera una elección primaria-. En el primero, los ciudadanos van y eligen en las urnas, y aquellos ciudadanos previamente electos como autoridades de la mesa receptora abren las urnas, toman los votos, los cuentan, llenan las actas y el reporte al Sistema del PREP (Programa de Resultados Electorales Preliminares). Entonces empacan los votos, las urnas, las actas, y van a la Junta Distrital a entregar los paquetes electorales. Obviamente, el proceso de conteo y registro de los votos se hace ante representantes de todos los partidos y de todos los candidatos. Así termina la jornada electoral, generalmente agendada el primer domingo de julio.
El segundo día del procedimiento es el siguiente miércoles (o sea, hoy). En la Junta Distrital (integrada por ciudadanos en general, y por autoridades electorales) y con la representación de partidos y candidatos (se permiten hasta 2 de cada partido y cada candidato, y pueden tener suplentes) toman las actas del paquete electoral, la verifican con la copia que tiene cada representante que estuvo en la casilla el día de la elección, y si todos están de acuerdo se registran en los resultados oficiales. Si no hay acuerdo (por errores involuntarios, como no reportar el número de boletas anuladas; un error en el conteo, por ejemplo en la suma de votos; o una trampa, por ejemplo, agregar un cero para que alguien tenga noventa votos y no nueve) entonces el paquete electoral completo se abre y se recuentan los votos tantas veces como sea necesario hasta que todos estén de acuerdo. Es un proceso largo, y muy laborioso. Pero cuando una elección de 4 millones de votantes tiene una diferencia de menos de 11,000 votos, pequeños errores de dos o tres boletas pueden hacer una diferencia importante. Y ese proceso es… hoy.