Recuerdo haber ido a las calles en el último informe del presidente López Portillo. Había nacionalizado la banca al grito de «ya nos saquearon, no nos volverán a saquear», había dicho que «defendería el peso como un perro» y había llorado porque «le fallé a los pobres de México», según dijo. Estamos hablando de 1982. Y en efecto, la banca era del Estado, el peso estaba devaluado -había bajado su valor a la mitad en cosa de horas, y seguía decreciendo-, la inflación era alta y los pobres… habían visto pasar la riqueza petrolera del boom mexicano en un momento de precios altos.
La euforia estaba palpable en las calles. Recuerdo haber visto su carro descapotado circulando por Paseo de la Reforma, y muchos papelitos de colores. A la gente vitoréandolo como el héroe que había detenido a los saqueadores de dólares. No era así, pero era la percepción.
Según algunas crónicas, la decisión de nacionalizar la banca le surgió tras inaugurar el Centro Bancomer, moderno edificio gigante que era la sede del principal banco del país, uno que su fundador, don Manuel Espinoza Iglesias había empezado modestamente décadas atrás, pagando cheques de sus clientes con sus propios fondos, porque el entonces Banco de Comercio carecía de fondos suficientes. Pero al cabo de algunas décadas, tenía la computadora más moderna de América Latina en un complejo modernísimo recién construido en lo que los empleados llamaban «Reclusorio BANCOMER», porque sus medidas de control eran tan férreas que ni en la cárcel se pasaban por tantos filtros y revisiones.
Se dice que al salir de su inauguración, dos incidiosos comentarios permearon en el oído presidencial: «ni siquiera el gobierno tiene una instalación así. Es muy peligroso que un particular la tenga». Y «Si esto es lo que exhibe Don Manuel, ¿cuánto más no tiene escondido?». Así que si, allí decidió realizar la nacionalización bancaria, según algunos. Eso daría pie a una banca estatizada y burocratizada bastante mala, y una privatización de cuates que agravó los problemas y terminó con grandes bancos extranjeros comprando la gran mayoría del sistema bancario (excepción de Banorte y varios bancos de nicho, creados después del año 2000).
En fin. Recuerdo ahora ese último gran informe de la época imperial del PRI. A pesar de la nacionalización bancaria, si nos «volvieron a saquear». Al peso fue necesario quitarle tres ceros e inventar el «nuevo peso», tras una inflación acumulada de 18,000%. Los pobres sigue creciendo y el «reclusorio BANCOMER» será demolido para hacer un conjunto de miles de viviendas, en tanto que se hace la Torre Bancomer frente a Torre Mayor, amenazando con rebasarla por unos cuantos pisos.
Los demás presidentes, desde entonces, han padecido mucho en el que era su día máximo: A Miguel de la Madrid lo trató de increpar Porfirio Muñoz Ledo; Salinas y Zedillo tuvieron que sufrir una oposición ruidosa y beligerante (Salinas incluso acuñó la frase «ni los veo ni los oigo» para referirse a la izquierda cardenista). Fox apenas pudo ir algunos años al informe; el último, tuvo que entregarlo por escrito y ya. Calderón sólo asistió como presidente a su toma de posesión -seis minutos, puerta de atrás- y a la entrega de las medallas Belisario Domínguez, pero sin derecho a hablar. Eso fue todo.
Por eso, ahora que el presidente Enrique Peña Nieto entregó por escrito un informe y dio un mensaje desde Los Pinos un día después, me entró un poco de nostalgia por el llamado «día del Presidente», único momento del año en que dos Poderes de la Unión dialogaban… Aunque en ese entonces, uno hablaba y el otro aplaudía. Esta efeméride ya es «patito».
Imagen de Joe Penniston via Compfight. Creative Commons