El debate continúa. Recientemente propuse en mi columna en El Sol de Chiapas que, como país, podríamos gastar menos y obtener mejores resultados si reemplazamos los libros de texto gratuitos de primarias y secundarias por lectores electrónicos de libros (e-book readers). La lógica detrás de la medida es que entregar uno de estos aparatos tendría el costo equivalente a lo que nos cuesta el kit de libros de un año, pero serviría para varios y permitiría ahorrar en impresión y distribución de materiales, así como hacer mucho más barato su actualización y corrección. ¿Detectamos una errata? ¡Pum! se actualiza en cosa de un par de días. ¿Murió Gabriel García Márquez? Simple: se actualiza su biografía en los libros de español casi en tiempo real. ¿Plutón deja de ser planeta? Pues se le quita ese estatus en cosa de días. Y todo con un costo sumamente bajo. No hay inventarios acumulados, ni el costo de distribuir 200 millones de libros en papel cada año de entre 1,283 textos que la CONALITEG tiene en su catálogo (¿El fin del libro…?).
A raíz de ese texto hay dos grandes grupos de posiciones en contra que me he encontrado: uno, que llama «fuera de realidad» la propuesta de entregar las tabletas y otra que refiere que un libro electrónico no es un libro en forma alguna.
Sobre el primer argumento, debemos señalar que no estamos proponiendo dar tabletas electrónicas tipo iPad, sino lectores de libros electrónicos tipo Kindle. La diferencia tiene una base aristotélica: dado que el lector de libros electrónicos es un dispositivo diseñado con una única función en mente, la hace mejor. La tecnología e-ink consume menos electricidad, daña menos la vista y permite tener una experiencia muy cercana a leer tinta sobre papel. Sin embargo, también puede tener una biblioteca entera -unos 700 ejemplares- almacenada en su memoria, y permite hacer subrayados, anotaciones y compartir pasajes con otros usuarios, todo por un costo menor a los $1,300 (e incluso menos, comprada al mayoreo). Por su bajo consumo de electricidad, una batería puede aguantar un mes en lugar de un día y la sincronización de un libro toma menos de un minuto, por lo que un profesor podría sincronizar todos los textos de su salón en menos de una hora cada vez que sea necesario. Pero, más importante, como los niños no podrían «jugar» ni «navegar» en sus tabletas, no requieren ni internet ni alguien que supervise la disciplina de su uso. La tableta sirve para leer, estudiar y compartir lo que se lee. Es, pues, la herramienta correcta para la tarea. Y en costo-efectividad, le gana al modelo actual de libros en papel.
Respecto a la segunda pregunta… Si, coincido en que no es la misma experiencia sensorial tener un libro en papel que una pantalla, por muy e-ink que sea. El pase de páginas, el aroma, la textura, la posibilidad de escribir a mano sobre las páginas… Es una experiencia muy distinta al libro en papel. También es cierto que manejar un caballo es muy distinto a manejar una moto, lo que además nos permite ir más lejos, más rápido y a menor costo de operación. No digo que haya que prohibir los caballos -o los libros-, sino que si se pretende llegar a más gente (35 millones de alumnos en el país) hay que buscar la solución más costo-eficiente. Y ese es el fondo de mi propuesta: demos más libros y fomentemos más el habito de la lectura en particular y del estudio en general, gastando menos de lo que gastamos hoy día. Los niños lo merecen, y al país le conviene.
Imagen de hoy Javier Candeira via Compfight
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