Hay escritores a los que les funciona tener un plazo fatal para concluir un proyecto. Debo confesar que a mí la presión me ayuda a clarificar las ideas y muchas veces también me ayuda a poder hacer mejor lo que tengo que hacer.
Muchas veces, la presión me ayuda a expresarme y lograr que salga más rápido y claramente lo que quiero decir. Ayuda a que deje de preocuparme mucho por la forma en que dices las cosas y más por decirlas directa y claramente.
Creo que uno de los consejos clave en mi faceta de escritor que he procurado seguir es «escribe como hablas». Las palabras rimbombantes o las estructuras complejas que sirven (y eso, tal vez) en el ámbito académico para demostrar que «eres más que los demás» dudo que tengan una función real en otros ámbitos.
Habla como escribes; ve directo a las cosas y plantéalas con la emoción, con la intención y con la forma con que las dirías al hablar. Eso funciona muy bien, particularmente si estás empezando a escribir. No olvides que llevas 15, 20 ó 30 años hablando; lo haces de manera natural, sin pensar. Es que ya es una «competencia inconsciente»: ya lo sabes hacer bien sin tener que pensar en cómo lo haces; si te pones a escribir «como escritor» notarás que cada palabra la tienes que pensar, que hay que reflexionar, que hay que revisitar lo que ya escribiste y que hay que corregir lo que hay que corregir; que debes volver sobre el texto y volverlo a poner de otra forma y decir que asi no es correcto; debes buscar otra forma de decirlo… Por lo que el mejor consejo que te puedo dar es que dejes de escribir como escritor y empieces a transcribir lo que dices como hablante.
La verdad es que escribir como escritor es mala idea: es mejor si logras escribir cómo si platicaras con un amigo de manera coloquial. Escribe de manera corrida, como si no necesitarás cambiar nada. Así, logras que la palabra o que la frase memorable sea el fruto de la edición y no de la escritura, lo que lo hace mucho más fácil y rápido: ya sabes de què va todo el mensaje, y por lo tanto dónde es el mejor momento para lucirte.
Para que tu texto no suene como algo trivial, como si alguien me hubiera puesto una grabadora en una plática común de personajes ordinarios, para eso tienes la edición. No se trata de que cada frase suene a poema en prosa de García Márquez en «Cien años de soledad». Decir algo relativamente menor pero de forma que suene como si jamás se hubiera dicho antes; decir que la cruz de ceniza del miércoles de ceniza no se les borraba jamás a los miembros de la familia Buendía es magistral: tenían siempre, permanente e indeleblemente ese signo para decir que eran los pecadores más malévolos y tremendos, que el pueblo entero los temía. Y que ese signo los acusaba no sólo el día de penitencia sino todo el año.
El mejor consejo para escribir como hablas es escribir contra reloj: darte un tiempo para completar un fragmento de texto -digamos, cinco minutos por página- y escribir sin parar durante ese tiempo. Sin pensar lo que dices, simplemente, dejando fluir el texto como si hablaras. Posteriormente, con calma y sin presión, editas lo que has escrito. Y listo: un texto fluído, articulado, hermoso a un ritmo de unas veinte cuartillas por cada dos horas de trabajo. Nada mal.
Al final, el balance adecuado es escribir cómo si hablaras con el lector, y editar y pulir el texto como si lo recitaras. Cada uno de esos dos momentos tiene sus propias etapas. Es un error común querer mezclar ambos pasos en el mismo proceso.
Quiero confesar que a mí muchas personas me dicen que «no me gusta cómo hablas»: dicen que no me entienden, que a veces hablo como «demasiado escrito», como «poco lógico en una conversación», como si fuera irreal… y puede ser que tengan razón. Porque desde hace mucho me acuerdo que lo que más me gusta es escribir, que ya en mi vida cotidiana hablo como si escribiera y escribo como si hablara… Pero lo disfruto. Y debo reconocer que eso es parte de saber vivir: mezclar tu pasión con tu labor.