Varios colegas del NaNoWriMo estaban francamente sorprendidos de que llegué el 20 de noviembre a la meta que tenía para el 30. Y más cuándo sabían lo pesado que estaba mi trabajo, los documentos y plazos que tenía pendientes, los proyectos en paralelo -incluyendo la coordinación de dos antologías- y demás. Hasta que les comenté que, en esta ocasión, había dictado en parte de mis trayectos al manejar. «Entonces no escribiste», me dijo alguien. «Hablar mientras conduces no es escribir», alegó otro. Pues si se ponen puristas, no. No escribí.
¿Qué es el acto de escribir? Contar una historia, de manera que resulte interesante para el que la va a leer, que le parezca un buen pasatiempo y, en mi caso, que le enseñe algo que valga la pena. Eso es lo que yo considero «escribir». Que el producto final pueda leerse, sea en un libro impreso, en un e-book o en un blog como éste. Que, al final, la información quede plasmada en un texto impreso y que sea el lector quien pueda reconstruir las ideas del autor a partir de leerlas.
Para mi, eso es escribir. Y es irrelevante si se hace a mano, en máquina de escribir, en una computadora… o a través del software de reconocimiento de voz, que es, al final, la solución que probé este año. A final de cuentas, les había comentado en una entrada anterior, he probado distintas técnicas de planificación de las novelas. ¿Por qué no ahora intentar variaciones a la ejecución de la novela?
No escribiste, dictaste.
Así que en esta ocasión no me senté a aporrear las teclas durante una hora y media al día. No. Esta vez no. Ahora lo que hice fue ponerme un micrófono de solapa y hablar, durante una media hora cada vez, platicando una de las perspectivas de los personajes. Sí, intenté hacer diálogos. Pero eso no funcionó del todo bien. Como que no entendía bien si impostaba la voz, y algunos textos se hacía bolas y los dejaba como si fuera un único hablante.
En otros casos, el tema no daba para un diálogo: era conveniente que cada uno de los personajes reflexionara sobre lo que estaba pasando, lo que sentía, pensaba o creía. Aunque pudiera hacer dos textos en una sesión, o bien dictar uno a la ida y otro al regreso. Sé que no todo lo que se dictó llegará a la versión final, y que hay que editar con más detalle que en condiciones normales.
Así que…. Si. En unos 45 a 60 minutos de dictado, podía hacer entre 2,000 y 3,000 palabras. Normalmente, me toma hora y media escribir las 1,667 que pide el NaNoWriMo para estar en el rango de escribir el primer borrador de una novela en 30 días. Así que poder escribir hasta el doble del mínimo en un día me permitió hacer lo imposible: por primera vez en siete años, acabar 10 días antes del final del plazo.
Si el resultado es un libro… ¿Importa?
Y de acuerdo, aunque me molestó, tengo que conceder. Este año no escribí una novela. La dicté. Y eso va a implicar mucha edición y la urgencia de reescribir la novela casi totalmente. Así que, en el sentido más estricto y literal del término, «no escribí una novela este noviembre».
Pero si ustedes se asoman a los capítulos terminados, a las escenas, a la historia como quedó planteada desde el día uno y miden cómo se evolucionó, verán que salió bastante mejor de lo que hubiera creído. Incluso mejor que si hubiera aporreado las teclas un cuarto de millón de veces -suponiendo un alcance de 4 letras por palabra en promedio; en realidad, son más-.
Lo cierto es esto: Tengo un borrador, un buen borrador, un hermoso borrador. Bello. Útil. Conveniente. Bien escrito, que narra un dilema interesante, y lo plantea de forma que el lector no puede tomar partido impunemente. El resultado final será un libro. ¿Importa que haya sido dictado, o será de cualquier forma, algo importante la historia que se cuenta y no el cómo se contó? Pocos, entre ellos los lectores de Dichos y Bichos, sabrán la verdad sobre el dictado de ésta última novela… «porque no escribiste, dictaste». Pero, al final, tendré un libro terminado, con una buena anécdota. Ya con eso.
Y eso sí: para todos los colegas que ya acabaron sus libros, o para los que llegarán hoy a la meta de 50,000 palabras, felicidades. No es fácil, pero vale la pena verlo.
Imagen de hoy: Ono Kosuki on Pexels.com