Los atentados ocurridos en Paris la semana pasada sin duda nos ponen tristes. Es una de las ciudades más famosas del mundo, y pensar que un ataque terrorista le pega a la capital de Francia es una sensación que a muchos los hace sentir vulnerables. Es como que una celebridad que alguna vez viste en vivo en un teatro sufra un infarto: sabes que es humano y vulnerable, pero te lastima que alguien a quien crees cercano le pase algo… aunque sea tan inalcanzable como cualquier otra celebridad.
Sin duda ataques con bombas en un concierto de rock o en un estadio y tiroteos que dejaron a decenas de muertos y heridos es algo que conmociona. Sobre todo porque se supone que Francia es segura -no es como Guerrero y sus tres muertos violentos al día- y porque no está en guerra. Muertos en Siria, los hay por decenas. Por eso miles de sirios abandonan su país, y un bebé ahogado se vuelve noticia. Como se vuelve que los alemanes le reclaman a Angela Merkel por abrir las puertas a «tantos» refugiados.
La violencia es más allá de Francia.
Si…. Recordemos que la noticia que es noticia es la que es extraña o atípica ¿Muertos en un país en guerra? Es habitual. No llama la atención de la prensa. Bastará, si acaso, reportar los números de bajas, sea en Acapulco o en Damasco. ¿Atentados suicidas en Palestina? Bien, ocurren cada dos semanas y ya se dan por descontados. Pero… ¿En Europa, afuera de un partido Francia-Alemania con el presidente francés entre el público? Eso es noticia.
Por supuesto que no pondero por arriba la vida de una persona por ser habitante de Francia por encima de una persona de Israel, Siria o… Guerrero. El punto es que, pensando como un Editor que tiene cierto tiempo aire o espacio en la plana que llenar, un ataque en Paris es más relevante que una guerra en marcha.
Y agrega que es un paso de una amenaza más grande: «seguirán Moscú, Washington, Londres, Madrid…» Es decir, la amenaza terrorista pegará a más países, y no necesariamente porque haya ataques: el terrorismo hace vivir con miedo. Eso es precisamente lo que se pretende. Y más cuándo el lenguaje de ISIS (el Estado Islámico de Irak y Siria) es lo que pretende.
Su argumento es que es necesario crear un nuevo califato e imponer su lectura -radical- del Corán, reconociendo que los derechos humanos han contribuido a generar una sociedad secular muy lejana a lo que Alá le dijo al Profeta que debía hacer. Respeto a las mujeres, a la diversidad sexual, tolerancia a alcohol y drogas, conductas que atentan a la virtud de niños y jóvenes, relativismo moral… es la misma queja de los radicales religiosos, sean los protestantes del Bible Belt del sur de Estados Unidos, que los católicos del Bajío mexicano, que de algunos seguidores de Confucio o de las religiones africanas: Occidente es una especie de enemigo.
Derechos humanos contra derechos divinos.
Una interesante interpretación que me encontré por allí es que los «derechos humanos» han recibido demasiada preeminencia, incluso sirviendo de diques para encubrir violencia, delincuencia u otros excesos. Pero que la alternativa no es suprimirlos, sino contraponerlos a Derechos Divinos. Digamos, si la naturaleza ha determinado que se formen ríos en ciertas cañadas o lechos, construir una casa dentro de los límites viola el derecho natural, por lo que el humano que se atreva a hacerlo no tendría derecho a ningún tipo de indemnización, ni de gobierno o de aseguradoras, en tanto violó el derecho natural.
Análogamente, Dios tiene el derecho en tanto creador del Universo, de ponerle límites a su criatura humana. Si los sobrepasa, encontrará las consecuencias. Y en un sentido tiene razón: comer demasiadas grasas llevará a la obesidad y enfermedades degenerativas; el abuso en el consumo de ciertos productos -como el tabaco- terminan generando cáncer. Violas las reglas de moderación y de dejar de lado lo que te daña, pagas las consecuencias.
Hasta allí tiene sentido el argumento, porque se aplica la ley de Causa y Efecto: asumes una conducta riesgosa, si algo sale mal, enfrentas las consecuencias. El problema aquí es que «alguien» se asume con el derecho de «interpretar la voluntad de Dios», Y el mismo texto se puede prestar para defender las interpretaciones más diversas. Así, según unos la Biblia condena a muerte a los homosexuales y es la base para su rechazo a esa preferencia sexual; pero el mismo texto que a unos les hace ver el nacimiento virginal de Jesús para otros es prueba de que tuvo muchos hermanos carnales; o la supremacía de Pedro que proponen los católicos que corresponde al Papa es signo de anatema para muchas iglesias protestantes, que alegan que los defectos de la iglesia medieval -como la venta de indulgencias- son señal clara de que esa sucesión es inválida e ilegítima.
Y si eso pasa al interior de una misma denominación religiosa, ya no querramos ver las interpretaciones entre corrientes que asumen distintos grados de validez a los diferentes textos sagrados. Curiosamente, el Islam reconoce a Abraham y a Jesús como profetas, pero tiene más conflicto con Occidente que, digamos, con China que tiene una religión diferente y es intolerante hacia los monoteístas.
Violencia es violencia.
Lo verdaderamente grave de los atentados en Francia es que pusieron en evidencia que hay dos tipos de víctimas: redes sociales como Facebook ofrecieron un filtro con la bandera francesa para expresar solidaridad con las víctimas, opción que no han ofrecido con la bandera Siria, Palestina o incluso mexicana: Google se puso un lazo negro y dejó de lanzar doodles por unos días. Incluso el presidente Peña Nieto lamentó no haberse podido comunicar en persona con el presidente francés para expresarle sus condolencias, por lo que tuvo que hacerlo en Twitter.
Lo relevante y que no debemos perder de vista es que la violencia es violencia, venga de donde venga. Un muerto en hechos violentos debe dolernos a todos. Y si, habrá quienes se sientan más cerca de la tragedia porque un día comieron afuera de uno de los cafés atacados en tanto que ni siquiera pueden ubicar a Siria en el mapa. Pero esa es la condición humana, que nos hace hacer famosos a los famosos y trágicas las tragedias en Francia o Estados Unidos, pero irrelevantes las de Siria o Iguala. Porque, a final de cuentas, muchos aspiran a ser más y «ver hacia arriba».
Francia nos pone tristes, pero no más que cualquier muerte violenta en cualquier parte del mundo. Y también asumimos que en un día mueren 150,000 personas, por lo que la muerte es algo habitual. Pero saber que hay muertes imprevistas, súbitas y violentas es algo que nos acongoja. Y no solo ahora: En Lucas 13:1-5 Jesús dice a sus discípulos:
1 En aquella ocasión algunos de los presentes le contaron que Pilato había mezclado la sangre de unos galileos con la de las víctimas que ofrecían.
2 Jesús les contestó:
– ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás, por la suerte que han sufrido? 3 Os digo que no; y, si no os enmendáis, todos vosotros pereceréis también. 4 Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? 5 Os digo que no; y, si no os enmendáis, todos pereceréis también.
Así que no olvidemos que la muerte violenta siempre ha estado presente en la humanidad, que siempre ha sido noticia y que no tiene por si misma una implicación adicional, más allá de la que querramos darle.
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