Gilbert Kaplan falleció el pasado primero de enero. Profesionalmente, deja una honda huella en el mundo de las finanzas, en dónde fundó la revista «Institutional Investor» en 1967, misma que editó hasta principios de la década de 1990 – a pesar de haberla vendido unos años antes por una cantidad cercana a los setenta y cinco millones de dólares- y en dónde fungió como banquero de inversión, consultor en impuestos y asesor de gobiernos e instituciones. Es decir, uno de los banqueros de inversión más influyentes del mundo.
Pero lo traemos a colación por otro hecho: A mediados de los años de 1970, alguien lo invitó a asistir a un ensayo de la segunda Sinfonía de Gustav Mahler, «Resurrección». Quedó tan impactado por la obra que, al salir del ensayo, compró boletos de primera fila para asistir al concierto. Relata que fue tal su embrujo ante la obra que quedó «transformado» por ella, y empezó a buscar información, publicaciones, grabaciones, artículos académicos y periodísticos sobre esa obra que lo había «conmovido». Se volvió un fan de una obra musical considerada sumamente complicada y compleja, pero también impactante.
Gilbert Kaplan, el amateur.
En el mejor sentido de la palabra, se volvió el «amante» -o amateur- más intenso de los trabajos de Mahler, destacadamente la segunda sinfonía. Asistió cada vez que pudo a su interpretación. La estudió a detalle. Se empapó de la obra hasta que… decidió que ver no era suficiente.
Así que, contando con varios millones de dólares en su bolsillo, contrató un director profesional de orquesta para que lo enseñara a dirigir la obra. Durante el verano, le dedicaba ocho horas diarias al ensayo -además de mantener su trabajo de banquero de inversión y consultor fiscal, que le tomaba otras muchas horas-. El resto del año, le «bajaba» a su pasión musical a apenas cuatro horas diarias, porque no disponía de más tiempo.
Cabe destacar que fue tal su pasión por Mahler y esa obra en particular, que Gilbert Kaplan compró el manuscrito original de la Segunda Sinfonía, y lo estudió con tal cuidado, que descubrió que la partitura impresa del mismo contenía varios errores, muchos de ellos graves, que requerían corregirse. Así que buscó al editor y le hizo retirar la partitura errónea y reeditarla corregida. Y como surgió tal debate sobre si un «amateur» podía -o debía- corregir a los profesionales, que en 1986 decidió publicar un facsímil de la partitura original en su poder, a través de una editorial inglesa, para mostrar que su enfoque era el correcto. Al final, logró el objetivo: que se retirara la partitura incorrecta.
Gilbert Kaplan, el Promateur.
Si un «amateur» es alguien que hace las cosas por gusto y un profesional alguien quien las hace como un trabajo o forma de vida, es justo considerar a Gilbert Kaplan como un promateur de la dirección de orquesta. No era un profesional, en el sentido de que no obtenía sus ingresos de ese trabajo ni tampoco podía ejercerlo en algo más que en la «Resurrección» de Mahler. Pero demostraba tal pasión que era muy poco adecuado considerarlo amateur.
Para preparar su debut dirigiendo una orquesta con esta obra, llegó a extremos como rentar un teatro durante un año para ensayarla, toda o por partes; en ese teatro acondicionó cabinas en la parte superior en la que, por ejemplo, dos de las trompetas deberían seguir sus instrucciones para entrar al unísono… sin que ellas pudieran verse entre si o escucharse; ambas seguían al director mediante un -entonces- sofisticado sistema de TV cerrada en que podían ver al director, éste oírlos a ambos pero ellos no escucharse entre si. Su objetivo era lograr la perfecta fusión de los instrumentos aún sin referencias entre si. Y para el malestar de los intérpretes, llegar a ensayar el mismo conjunto de notas de un minuto de duración hasta ochenta veces en un día, sin que otro instrumento se incorporara al ensayo o sin que siquiera pudieran escuchar a su contraparte. Difícil en verdad.
Pero este «amateur profesional» o Promateur no se quedó en privado: en 1982 contrató el «Avery Fisher Hall» en Nueva York y debutó dirigiendo esa sinfonía ante 2,500 personas, lo que incluía a algunos de sus socios y clientes, en una arriesgada apuesta: si fracasaba, dañaría su prestigio profesional. Pero si lo lograba…
Y al final, lo hizo tan bien que siguió dirigiendo esa obra con muchas otras orquestas. Gilbert Kapland grabó la Segunda sinfonía de Mahler con la London Synfonic Orchestra en 1987 y con la Filarmónica de Viena en 2002, versión muy aplaudida por la crítica y bien recibida por el público. De ella se dijo que «no hay mejor interpretación de lo que Mahler quería decir en su obra, nota a nota y en el conjunto todo» o el Observer de Londres señaló: «no solo es una grabación histórica, indispensable para coleccionistas serios; es música sorprendente que hará que los mahlerianos queden extasiados». En 1994 condujo a la Orquesta Sinfónica de Melbourne en un concierto que concluyó con una conferencia a cargo de Paul Keating, primer ministro australiano y aficionado a Mahler también.
Y cuándo decimos que «muchas otras orquestas» no es algo menor: cincuenta orquestas de todo el mundo -incluyendo México, Brasil, San Petersburgo, Berlín, Nueva York, Moscú, Los Ángeles, Viena o incluso de la célebre Scala de Milan- pasaron frente a su batuta, pero siempre con la Segunda de Mahler. Ni más ni menos. No con otra obra, no con un repertorio variado: una única obra, eso si, ejecutada a la perfección.
¿Era Kaplan un profesional?
Ciertamente no era un conductor de orquesta profesional. Condujo algunos fragmentos de otras obras, principalmente de Mahler. No tenía la formación ni el talento. De él se reportó que músicos de la Filarmónica de Nueva York (que a principios del Siglo XX dirigió Mahler directamente) dijeron que su conducción era una «triste y deplorable farsa» y que se negarían a volver a tocar con él. Para otros críticos, «era un excéntrico de Wall Street que se compró un millonario camino al podio de director, para vergüenza de los músicos profesionales».
Hay quien dijo de él «No tiene talento ni capacidad para dirigir una orquesta. Pero tiene el estudio, la pasión y el conocimiento para extraer de la partitura de Mahler justamente lo que Mahler puso allí». Otro experto señaló «lo que le falta de conocimiento y talento como director de orquesta se suple con su profundo interés y estudio de la obra de Mahler. Y eso es lo que se merece cualquier gran compositor: que sólo lo interprete quien lo ame».
¿Cuál es el balance de este «profesional amateur» o «promateur«? Lo que tras la noche de apertura del festival de Salzburgo de 1996 en que dirigió a la Orquesta FIlarmonía de Londres y al coro Staatsoper de Viena le ocurrió a Gilbert Kaplan: Una ovación de pie de diez minutos, atípica del público austriaco.
Dejó al morir cuatro hijos y una viuda… además de la Fundación Kaplan, que tiene como tarea dar a conocer la música y estudios en torno a la obra de Mahler… porque su más grande amante se volvió todo un profesional de su trabajo.
A continuación, un video del final de la Segunda sinfonía de Gustav Mahler, «Resurrección» dirigida por Gilbert Kaplan en el concierto por el centenario de la «Casa de los Conciertos» de Viena, en febrero de 2013. Y en tanto, deseamos que Gilbert Kaplan descanse en paz hasta que la Resurrección le llegue nuevamente.
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Imagen de hoy David Short via Compfight y video por Moonshine V. vía YouTube