La reforma fiscal recientemente presentada tiene mucho de lo que se esperaba (aumentos de tasas, reducción de regímenes especiales, desaparición de impuestos «de control») y algunas sorpresas: impuestos ecológicos por tonelada de carbono emitida, impuestos a los alimentos para mascotas, IVA a colegiaturas de escuelas particulares… Pero uno en particular que fue peculiarmente polémico en el pasado, y que despertó revuelo en esta ocasión.
Se trata del #ImpuestoAlChesco, propuesta que se había realizado el año anterior para cobrar impuestos a los refrescos, y que hoy fue propuesto por el presidente Peña Nieto como un gravamen a las «bebidas azucaradas y con azúcar añadida», lo que incluye refrescos, jarabes, polvos saborizantes y jugos azucarados, entre otros; y excluye las leches y jugos naturales sin azúcar añadida. La medida se propone en un peso por litro (o equivalente).
La lógica es simple: un aumento del precio equivalente al 20% contribuirá a reducir el consumo en una proporción entre el 15% y el 20%; y para todos los demás, los que si paguen el impuesto, se generará un fondo para prevenir y tratar enfermedades vinculadas a la obesidad, la hipertensión y la diabetes. Imaginémoslo como un fondo mutualista de los consumidores de los factores obesogénicos a quienes padecen enfermedades vinculadas con la obesidad.
Algunos críticos han dicho que en países como Dinamarca, el impuesto al refresco no sirvió y que al quitarlo crearon 5,000 empleos. Puede ser cierto… Pero Dinamarca no tenía el primer lugar mundial en obesidad infantil y entre mujeres; no tenía una tasa de 14 muertes de cada 100 por enfermedades crónicas vinculadas a la diabetes y la obesidad; y no consumía más de cinco millones de toneladas de azúcar cada año.
También hay quien critica que «¿por qué debemos pagar los que nos gusta el refresco por los que se enferman?». Y es verosímil, pero no es cierto. De seguir ese argumento, ¿por qué deberíamos pagar policías aquellos a quienes nunca nos han asaltado? ¿Por qué pagar alumbrado público, si jamás jamás jamás salimos de noche? El sentido de los impuestos es poder pagar esos bienes públicos que no tienen una solución fácil de mercado. Y, entre ellos, están los sistemas de salud solidarios: para quienes son tan pobres que no pueden pagarlos por sí mismos, y para quienes han pagado parte de los mismos mediante las contribuciones a la seguridad social.
Es cierto: los refrescos son un bien inelástico en el precio. Esto implica que, aunque suba el precio, el consumo bajará pero menos que proporcionalmente al aumento (si sube 10%, se consumirá menos, pero no 10% menos). Y no importa: quienes consumen más y no dejarán de hacerlo aunque suba el precio, pagarán más y punto. Pero conque un 20% reduzca su consumo, tendrá un efecto en la salud pública importante.
En resumen, si queremos evitar la obesidad, la hipertensión y la diabetes, hay que reducir el consumo de refrescos. Sin ser la panacea, este impuesto ayuda a ello. Y en los casos en que no se reduzca el consumo, se aportará más dinero para tratar las enfermedades vinculadas. ¿Alguien que esté en contra de la salud? ¿ALGUIEN…?
Imagen de hoy, Creative Commons, por Craig Elliott via Compfight