Mi amistad con Ernesto fue muy breve pero muy intensa. Esto por las circunstancias en que nos tocó conocernos y trabajar: era una de las personas que más me ayudaban en la labor de la prevención de la violencia y la delincuencia en el estado de Veracrúz.
Con él como guía, me tocó recorrer algunas de las colonias calles más peligrosas del Puerto, de Boca del Río y de Xalapa; con el como conductor, realizamos entrevistas lo mismo a las víctimas de la violencia que a drogadictos y a potenciales criminales. Gracias a él, me atreví a caminar kilómetros de vías, abordar vagones de tren abandonados, y ver las condiciones en que debíamos avanzar los proyectos. Me sentía seguro en su compañía.
También me tocó recorrer con él colonias kilométricas que tienen sólo una avenida principal, y con calles que suben hacia las montañas vecinas con decenas y decenas de escalones. ¿Cómo es posible que una persona suba y baje eso varias veces al día, así sea para algo básico?. Gracias a su compañía, pude ver de cerca lo que la droga hace a las personas: hablar con jóvenes que carecen de futuro porque no les importa su presente, capaces de dañar sin darse cuenta de lo que hacen; de robar o mendigar por apenas $5 o $10 para la siguiente mona.
Pero no solo eso: en nuestras largas jornadas de carretera, compartimos confidencias y travesuras, sueños, anhelos y planes. Dudas y recelos, los miedos y alegrías. Total, todas esas cosas que hacen de la naturaleza humana algo interesante para vivir y compartir. Y, también, fuimos cómplices en buenas comidas y otras travesuras, bastante menores pero no por ello menos traviesas.
Joven brioso, de trato correcto, con fuerte presencia, lo recuerdo hoy en que hubiera cumplido 33 años y antes siquiera de que acabe su novenario. Falleció este fin de semana en lo que para mi es una mala noticia que me entristece mucho. Recién lo vi el viernes y quedamos de vernos antes de que acabara el mes. Me sorprendió que pudo visitar mi oficina y ver todo lo que trabajamos juntos, que tengo siempre presente. No pudimos despedirnos, porque me agobiaba llegar a la siguiente junta. Me dejará plantado esta vez, como nunca lo había hecho.
Sabemos que no hay un estándar de vida. Que hay vidas breves pero intensas, así como las hay largas pero inútiles. Las que aprenden en los libros y las que aprenden en la vida. Las que se pudren en egoísmo y las que se dan, servicial y atentamente a todos. La tuya, estimado Ernesto, fue una vida breve, intensa, llena de sabiduría de vida y de servicio a los demás. Una vida digna de ser vivida. Gracias por compartirla conmigo.
Ernesto A. Ortega Polanco, estimado amigo, no te olvidaremos a quienes nos acompañaste en lo más peligroso de tus ciudades, ni olvidaré que juntos podíamos admirar que podíamos hacer un futuro mejor para esas mismas comunidades. No olvidaré que gracias a ti esos vagones abandonados serán centros de cultura y desarrollo para las comunidades pobres e inseguras de Xalapa, o lo que se hizo en los parques de Veracrúz o los cursos que ya se dan en Boca del Río. Que, por el esfuerzo y dedicación que le pusiste, algún cibercentro ferrocarrilero deberá llevar tu nombre como mínimo. Descansa en paz, que la tarea de construir la paz en Veracrúz la continuará tu equipo y tus amigos. Hasta siempre, hermano Ernesto.