Incendios catastróficos y la cultura.

Incendios catastróficos
Incendios catastróficos: Notredame

Tal vez como no sucedía desde la caída de las Torres Gemelas de Nueva York. Ver incendios catastróficos hace que nos sintamos parte de un mismo planeta. Y más porque gracias al poder de las redes sociales, todos pudimos verlo en vivo, desde distintos ángulos y «sin filtros». No había comentaristas induciendo lecturas. Nadie que interpretara la noticia de manera unánime. Era un mosaico de voces, en tiempo real, desde el lugar de los hechos.

Pero también fueron las voces en contra. Las que decían que era una gran ventaja que ese edificio de 800 años de edad fuera dañado. Los que afirmaban que «el símbolo del falocentrismo heterosexual había sido destruído». Los que decían que «la única iglesia que ilumina es la que arde». No faltó el que propuso que no tenía caso reconstruir «un vieja iglesia», sino que era momento de hacer allí «un museo moderno».

Incendios catastróficos

Curiosamente, a lo largo de la historia de la humanidad, muchos conquistadores han tendido a quemar las construcciones de los derrotados. A veces, porque se oponen a su visión religiosa. Otras, porque quieren mandar un mensaje. No falta las que, como parece ser el caso, caen víctima del descuido.

Se dice que la Biblioteca de Alejandría, máximo depositario del saber antiguo, fundada en el Siglo III a.C. llegó tener 900,000 folios de todo el saber humano. Fundada por Alejandro Magno, sufrió un incendio a manos de las tropas de Julio César y fue destruída cerca de 297 d.C., por considerarse que tenía «demasiados saberes paganos» y que era un peligro para la nueva fe cristiana. Curiosamente, los mayores avances de la humanidad ocurren en periodos ecuménicos o de tolerancia a las ideas de otros. Sea en la España de Alfonso el Sabio o en los tiempos del gran Saladín en Arabia: tolerar a los demás ayuda mejorar.

Ver el incendio de la Catedral de Notre Dame nos recuerda mucho el incendio del Museo Nacional de Brasil en 2018. La principal diferencia es que allí se destruyó todo el acervo, y acá el daño alcanzó apenas al 10% de las colecciones. Eso pese a la caída del techo. Particularmente de su aguja, que, por cierto, no era la original sino una reconstrucción posterior a la Revolución Francesa, en que fue destruída la torre medieval. Es triste de ver, pero así cayó la aguja:

Lo más doloroso fue ver ciertas descalificaciones. «Que bueno que se dañó». «Para nada servía». Que se hayan juntado 800 millones de euros para su reconstrucción también fue causal de molestia. «Hay dinero para un viejo techo de madera, pero no para darle a los pobres».

Lo importante, me parece, es que estuvo allí por 8 siglos y debe seguir allí. Es, a final de cuentas, un símbolo de la persistencia de lo humano. Es más vieja que Francia misma y su elemento turístico más visitado: casi el doble que la Torre Eiffel. Debe tener un lugar en París.

Imagen de hoy: Cortesía Internet y video desde el Twitter de El País.

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