Continuando con los comentarios sobre la serie Millenium, de Stieg Larsson, un detalle que me llamó mucho la atención es el verdadero rol del periodismo como cuarto poder que está subyacente dentro de los textos: ¿Puede un medio servir como un control efectivo en contra de la autoridad? ¿Puede un periodista ocultar una fuente, incluso si sabe y le consta que ha cometido un delito? ¿Pueden inventarse noticias impunemente, falsear datos o manipular? ¿Deben los medios atacar a sus colegas si los descubren falseando datos, hechos y demás? ¿Debe un periodista denunciar al dueño de su medio si descubre que hace algo mal? No es debate fácil, pero algunas respuestas se esbozan en la saga Millenium.
De entrada, el nombre de la serie es Millenium porque es la revista en que trabaja el protagonista. En la primera novela tiene un altercado con un importante industrial al que acusan -sin poder probar fehacientemente- de manipular los mercados, por lo que el autor debe pagar una indemnización e ir a la cárcel. Y es en esa pausa en la que se mete a resolver el misterio de la que fue nominada como «mejor novela policial» en 2005.
Pero una reflexión del héroe Mikael Blomkvist sobre sus colegas de la sección de economía, planteada en algún momento, es rescatable: «¿De verdad no sabían que hacía nada de eso, o todos se lo han callado simultáneamente?». Y bien señala: los medios, particularmente en temas de finanzas y economía -que son relativamente técnicos y especializados, pero que afectan a la mayoría- suelen no atacar a sus fuentes. No dudan de la veracidad de lo que les dicen. Han dejado de largo su función de control social sobre particulares y autoridad. ¿Debemos dejar que se vuelvan cómplices por silencio, o debemos empujarlos a decir la verdad? Difícil debate, pero relevante también en nuestro tiempo.