Seguro te ha pasado. Tienes que escribir algo… y las musas perdidas no aparecen. No sabes en dónde están. O qué les hiciste. O al revés: te enfrentas que escribiste una entrada en el blog pero no la publicaste, y de repente, tiempo después, ves que está en el tintero. Ni modo, le actualizas la fecha y las referencias y la publicas. Aunque salga una semana tarde. Como en «Aprendiendo de mis colegas KDP«, que debió salir una semana antes.
Pero bueno. También ha sucedido que tienes un texto para un cliente y en las propiedades se te olvida cambiar el autor. Y resulta que un texto para mujeres cincuentonas post menopáusicas escrito en primera persona sale firmado… por un señor cuarentón. El problema es que habla en femenino y de nosotras. Me ha pasado. Es incómodo.
También sucede que te acusan de plagio: tu obra es muuuuuuuuy parecida a otra. Una que no conoces. De un autor que nunca has visto. Y te acusan de plagio. «Vaya, tampoco es que sea algo muy complejo». Por ejemplo, hay un libro de 1930 que lleva el mismo título de «El tesoro de Cuauhtémoc«. Y otro de hace cinco años, llamado igual. La diferencia es que… el de 1930 es de Luis de Oteyza y no lo he visto -ni lo veré- porque cuesta U$30 más envío. Y el otro narra un viaje psicológico de descubrimiento de un gay migrante en EE.UU. Nada que ver con mi historia.
Pero alguien me reclamó: «Cuauhtémoc no tenía tesoro. El del tesoro era Moctezuma. Y se lo robó Cortés la Noche Triste…» ¿Seguro? ¿Y por qué no pensar que Cuauhtémoc tenía un tesoro y que logró esconderlo? ¿Y por qué hablar de la Noche Triste y no de la «Noche de la Victoria del Invicto Cuitláhuac»? Es como cuándo alguien pregunta por el «Arca de Moisés», y todos dicen que eso no existe, que el Arca es de Noé. ¿Y el Arca de la Alianza que construyó Moisés para llevar las tablas de la ley y el maná? No se hagan bolas: que algo es conocido no quiere decir que otra cosa similar no puede pasar con otros personajes.
Las musas perdidas
Bueno… Alguien me preguntó que de dónde me inspiro. Esa misma persona llegó de visita un día a la casa y se acercó a la pecera que teníamos entonces. Triangular, grande… tenía una peculiaridad: adornos que simulan templos romanos, estelas egipcias y una cabeza gigante de la Isla de Pascua. «¿Por qué mezclaste todo? Hubieras puesto adornos de un mismo estilo». Entonces le conté que es porque es en realidad un recuerdo de la Atlántida. Que, al hundirse, distintos grupos se fueron por el mundo y cada uno con una parte de su tradición. Lo que el veía como distintas culturas eran una misma.
Me dijo que no inventara. Le comenté que era cierto, que los elementos de la pecera eran originales de la Atlántida. Y que la historia la había leído en un libro. «Eso es mentira». Así que fui a mi biblioteca y le di un ejemplar de «Clara Sandra solía soñar», mi primer novela. «¿Y conoces al autor?» preguntó. «Si, claro, bastante bien». «Pues a ver si me reúnes con el tal Giacommo J. Seráuz, para decirle que lo que escribe son mentiras». Por supuesto, ya ni le aclaré que es mi seudónimo literario y que… Bueno.
Lo relevante es esto: la pecera llegó después que había escrito la novela. Los adornos los fuimos comprando, literalmente poco a poco, en una «mesa de liquidación» en un acuario a lo largo de varios meses. Y el primero que identificó que era un pasaje de Clara Sandra fue mi hijo menor, que empezaba a leer y tomó el libro de papá. Leyó dos párrafos y luego me preguntó por la Atlántida. «Ah, ¿Entonces nuestra pecera es parte de la Atlántida?». Las musas perdidas habían aparecido en la boca de un niño.
Un ejemplo: Clara Sandra y la Atlántida
(…) Cambiar era algo a lo que la humanidad estaba acostumbrada. Cuando no nos gustó la Atlántida, la “movimos” al fondo del mar. Por supuesto que a los atlantes no les gustó que se destruyera su ciudad, y unos cuantos se las ingeniaron para sobrevivir a la hecatombe. Entonces, se esmeraron para permear muchas culturas y tradiciones con la noción de que existió un pasado esplendoroso: el suyo. Un pasado esplendoroso y un diluvio universal. Los muy engreídos… Asumir que su pequeña isla era “todo el universo”. Y pensar que incluso Platón llegó a creerles, y a dar referencias de su isla. Claro que lo hizo de oídas, porque ningún atlante era ya tomado en serio en esas islas griegas. En fin, eso es otra historia y no quiero desviarme mucho.
(…) Creencia es lo que necesitas para recrear tu mundo. Por supuesto, puedes convencerte de que es un mero error; de que no percibo la realidad como es. Lo que quiere decir que soy un loco o, simplemente, un soñador. Anda, convéncete de que no es posible que este libro se terminará de imprimir al menos treinta años después de que lo hayas leído. Tu creencia se hará realidad, tanto si crees que miento como si asumes que te digo la verdad.
Si existió
Sí, la Atlántida existió y sí, la destruimos por envidias y molestias. Anda, convéncete de que no es posible… Y no lo será. Recuerda que tienes un pequeño universo a tu alrededor, del que eres el centro. Tú puedes crear y recrear lo que quieras dentro de él. Mi labor aquí es mostrarte que otra vía es posible. Para ello, necesito que creas que ese camino nuevo puede existir.
No temas; yo no ganaré nada aparte de la modificación de tu creencia. Nada más que contribuir a hacer más de esos miles de millones de universos individuales un mejor lugar.
Puedes tratar de convencerte de que es falso, de que es una mala idea… De que, simplemente no es posible. O bien, puedes creer aún en estas historias, y ver la transformación que espera a tu mente y tus sentidos. La elección, como siempre, es tuya, del individuo – o de la mente – que controla la recreación de tu universo. Sólo te pido que la tomes voluntariamente, de manera consciente, y no la dejes pasar como todas las cosas sobre las que asumes que no tienes control. (…)
(Lee el resto del capítulo en http://clarasandra.com/capitulo-1/ o la novela entera en http://clarasandra.com/capitulos/ o bien cómprala en Amazon y Amazon México. Disponible en formato impreso y como e-book).
Imagen de hoy: @gjsuap