Todos los niños son creativos. Como no saben lo que está bien o mal -o según otros, no pueden distinguir adecuadamente la realidad- proponen cosas que a la mayoría de los adultos no se nos pueden ni siquiera ocurrir. Si les damos refuerzo positivo, se mantendrán activos, creativos y soñadores toda su vida. Y podrán hasta ser famosos. Si nos la pasamos diciéndoles «¡no inventes!», tarde o temprano mataremos su creatividad. Y si, hay que tener un pie en la tierra y conocer la realidad, pero tampoco al grado de que no tengamos ideas originales o las matemos al nacer.
Por supuesto que ser un niño creativo no basta para llegar a ser un inventor; y tampoco proponer una idea absurda (como el «aumentador de sonidos biaural» que ilustra nuestra entrada de hoy) puede calificarte en ese selecto grupo. Por otra parte, como en muchas actividades humanas, hay verdaderos genios que todos conocemos -como Edison-, otros famosos por sus logros y no solo por sus inventos -como Ford, quien por cierto trabajó con Edison como asistente en su taller antes de irse a hacer motores y autos, tema que no interesó a su célebre patrón- y otros a quienes la humanidad les debe muchísimo… y no sabe realmente ni quienes son. Y en estos últimos hay dos historias que recientemente me encontré… y me dejaron sorprendido.
Uno de esos inventores anónimos es Raymond Vernon. Su invento que todos hemos gozado sin saber quién lo hizo fue… el chocolate M&M relleno de cacahuate. En efecto, dedicó parte de su tiempo a resolver el dilema técnico de cómo poner «algo» dentro del popular chocolate. Nada mal para quien, además de «inventar» el M&M relleno también diseñó el Plan Marshall de reconstrucción de Europa con apoyo de EE.UU. tras la Segunda Guerra Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Acuerdo General de Aranceles Aduaneros y Comercio, el GATT (General Agreement on Trade and Tariffs) antecedente de la hoy Organización Mundial de Comercio. Curiosamente, el primer invento es el más utilizado y reconocido… aunque ciertamente anónimo.
El otro inventor a quien no sé si quieran conocer es a Waldo Semon. Experto en plásticos y colaborador de la B.F. Goodrich, obtuvo a lo largo de sus cuatro décadas en la empresa 116 patentes. La más conocida es la del Vinil, obtenido a partir del Clorhidro de Polivinilo o PVC. Hasta antes de su descubrimiento, se veía al PVC como un subproducto de desperdicio. De hecho, se tiraba a la basura en otros procesos. Pero Semon lo calentó con un solvente y descubrió el segundo plástico más usado en el mundo, lo mismo en juguetes que en discos, tubería, empaques… Y todo porque es flexible, elástico, a prueba de agua, no conduce electricidad y es a prueba de fuego. También contribuyó a que el PVC se utilizara en tubos. Y su otro gran invento fue… la goma de mascar.
Semon desarrolló la goma de mascar al intentar obtener derivados del caucho. Parecía una goma cualquiera, pero podía hacer burbujas. La Goodrich le dijo que eso era un defecto, que nadie lo querría y que carecía de valor práctico. Y hoy se venden millones de unidades en todo el mundo con singular alegría. Así que el padre del Vinil nos trajo también la goma de mascar sintética -que la natural, el chicle, es mexicana, difícil de obtener y muy cara en su estado natural-.
Así que la próxima vez que vean a sus hijos «inventar», véanlos con cuidado: puede ser que, en efecto, cambien las vidas de muchas personas un invento a la vez.
Imagen de hoy James Vaughan via Compfight