Empecé el año, como muchos sospechan, leyendo. En esta ocasión se «metió en la fila» una recomendación que me hizo mi editora Aline como parte de sus consejos de año nuevo -recomendó 10 libros, empecé uno y casi lo acabo-. Se trata de «Zen y el arte de escribir» de Ray Bradbury, uno de mis autores consentidos particularmente por sus «Crónicas Marcianas», que me parecen una gran reflexión sobre el fenómeno migratorio -independientemente de que se trate de otra ciudad, otro país o, en su caso, de otro planeta).
Primero: Cuándo era niño, sus amigos se burlaron de que leía historietas de Buck Rogers, y las rompió todas. Antes de un mes y por la depresión consecuente, se dio cuenta que si le hacían abandonar lo que más le gustaba no eran sus amigos, así que repuso las historietas y se repuso del «qué dirán» y de ponderar la opinión ajena por sobre la propia. E incluso, cuándo reprobó Literatura, no se le quitaron las ganas de ser escritor. Es decir, confía y se leal ante todo hacia ti mismo.
Segundo: escribió al menos 1,000 palabras al día desde los 20 hasta los 32 años, momento en que hizo su primer cuento «bueno», «El Lago». Y supo cuándo lo hizo porque se emocionó mucho al releerlo: era el primer cuento que no sonaba a copia de nadie más, sino a su propia voz, resonante y firme. Y desde entonces no ha dejado de escribir al menos un cuento a la semana -excepto cuando escribe guiones, teatro, ensayo u otro género… pero no deja de escribir-.
Tercero: Cuándo fue a buscar suerte a Nueva York llevaba solo colecciones de cuentos. Pero un editor le preguntó si no tenía una novela. Dijo que no. Le preguntó si no podía hacer una basada en sus cuentos sobre Marte, consiguiendo un hilo conductor. Se fue a trabajar ese «diagrama» de la novela y, sin dormir mucho -pues acabó a las 4 am- en una noche maquetó «Crónicas Marcianas». Su editor le dijo que estaba bien, pero que si sólo tenía una novela, no podrían avanzar mucho. Así que en un día más hizo otra propuesta. Regresó de Nueva York con dos novelas vendidas por 1,500 dólares… y que ni siquiera había escrito. (Su esposa tenía 40 dólares en el banco y estaba embarazada: el viajó 4 días en autobús de Los Ángeles a Nueva York y gastó 5 dólares en una semana de hospedaje en la YMCA). Total, que al ser flexible con lo que le pedían pudo recuperar sus cuentos, escribir una novela y dar el enganche para la casa en dónde nacieron sus hijas.
En fin, que hay más que contar pero esta entrada está lista por hoy; nos vemos mañana y no olviden las tres lecciones:
- Confíen en Ustedes mismos.
- Practiquen, practiquen, practiquen.
- Sean flexibles con sus obras.
Y… hay más, así que nos leemos mañana. Por lo pronto, ¡No rendirse!
Imagen de hoy por K.G.Hawes via Compfight
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