La República Bolivariana de Venezuela tuvo este domingo elecciones presidenciales, en las que compitieron principalmente Nicolás Maduro, presidente en funciones, y Enrique Capriles, quien por poco derrota a Hugo Chávez en la pasada elección. Nuevamente, la diferencia, de poco más de 285.000 votos en un universo de 18 millones de votantes, nos habla de que Venezuela está muy dividida.
Y tiene sentido: la Revolución Bolivariana que impulsó Hugo Chávez intentó hacer justicia dándole a los más pobres aquellas oportunidades y bienes de los que habían carecido, pagados con la renta petrolera, abundante en ese país; pero lo planteó de una manera que no es sostenible en el largo plazo: no se puede despilfarrar la riqueza y esperar que al regalar, sin invertir, se genere bienestar de largo plazo: lo que se genera es una gran población de pedigüeños y menesterosos. (Como contraejemplo véase Dubai: usó su petróleo para el desarrollo económico, creando con ello una clase media pujante y un atractivo turístico global, que lo hace sostenible en el largo plazo).
En adición, Nicolás Maduro nos demuestra claramente cómo el tipo clásico de la democracia pueden degenerar fácilmente a la demagogia: en plena campaña, hizo uso de referencias constantes al difunto Hugo Chávez, algunas veces rayando en lo ridículo: como que se le había aparecido en forma de «un pajarito chiquitico», o que incluso, Hugo Chávez era tan inolvidable que «en la intimidad, mi esposa me dice Hugo». O para más detalle, sugerimos leer Hermanos de la Espuma.
La gran pregunta que hay que hacerse es si Nicolás Maduro ganó la presidencia de su país por sus propuestas, experiencia, liderazgo o carácter, o bien simplemente por la promesa de mantener el régimen generoso y dadivoso hacia algunos, a costa del desarrollo de su nación, que hizo su característica, particularmente en los últimos años, Hugo Chávez.
No abona al movimiento encabezado por Enrique Capriles el hecho de desconocer los resultados y protestar. Si bien es cierto que era una elección notoriamente sesgada -el ejército, el gobierno, los bolivarianos chavistas intervinieron con infinidad de recursos políticos y monetarios, al tiempo que su candidato parecía estar 15 veces en la misma boleta-, romper el liderazgo y madurez política que había demostrado en la elección anterior podrá arruinar su carrera futura.
¿Qué es lo que implica esto para el resto América Latina? Pues que estamos ante un riesgo: en la película «el Discurso del Rey«, Jorge V, el rey inglés le anticipa su hijo el Príncipe Alberto (quien será Jorge VI) que la llegada de los medios de comunicación tales como la radio van a hacer que los monarcas dejen de ser figuras inaccesibles y se vuelvan cada vez más «como los artistas». Nicolás Maduro es una clara representación de que eso es lo que puede llegarnos a suceder cada vez con mayor intensidad: ganará, como si fuera el aplausómetro de un programa de comedia, quien más y mejores chistes cuente, entretenga más, y ofrezca esperanza, así sea vana o breve. Eso puede agravar el problema, si la crisis venezolana no demuestra pronto las fallas insostenibles de su enfoque económico… Intentando hacerle competencia a un Nicolás globalmente célebre por dar regalos. Aunque nos dé envidia que en Venezuela gocen de la gasolina más barata del mundo…
Muy interesante y acertado tu comentario Gonzo… Venezuela es ahorita el por ejemplo de democracia ficticia. Ya sea hacia la izquierda o hacia la derecha unas elecciones ganas tan fraudulentamente lo único que deparan es una catástrofe, que en Venezuela está por venir. A mi también me ha decepcionado Capriles al montarse en el tren de las descalificaciones, no va a lograr nada más que desprestigiarse y perder lo que ya había ganado (como que esa película ya la vimos por aquí). Te mando un saludo… 🙂