Toda decisión en la vida, desde escoger unos calcetines -o no ponerte- hasta casarte, tiene influencia en el resto de tu vida. Claro que a veces la decisión tiene pocos efectos, o estos son inmediatos. Por ejemplo, en el caso de los calcetines: difícilmente afectará más allá de 24 horas. A menos que te pesque el jefe sin zapatos, con los pies en el escritorio y sendo hoyo en el calcetín (me han contado que pasa). Otras pueden cambiar la vida, aunque no lo veas de inmediato, por ejemplo, al escoger un médico. A veces, son minutos los que separan decisiones vitales, o unos pocos metros. Como el día en que la persona que querías ver da la vuelta en la esquina, alejándose, justo en el momento en que tu entras por la otra bocacalle, obvio, sin verse. Pero toda decisión en la vida tiene influencia en el resto de tu vida.
Pues bien, esta es una de esas mañanas en que toca tomar decisiones de esas que sabes que cambian la vida. Y a la vez, uno de esos momentos en que no hay mucho para dónde hacerse: pasará lo que tiene que pasar, y tu decisión va en el sentido no de cambiar las cosas, sino de adaptarte lo mejor a ellas pensando que lo que tiene que pasar, pasará. Como dice esa célebre frase, pensamiento u oración:
«Señor, dame voluntad
para cambiar lo que puedo cambiar,
serenidad
para soportar lo que no puedo cambiar,
y sabiduría
para distinguir la diferencia».
En fin. En ese momento en que las decisiones se agolpan, en que hay cosas que no se pueden cambiar, yo pido voluntad para mandar todo a la goma y no preocuparme de más. ¿Les ha pasado algo similar? Estoy seguro que si, y que pueden regalarnos un comentario sobre cómo lidian con esos problemas. ¿Va?
Imagen de hoy, por Adam Foster via Compfight