Esta semana que ha pasado hay una sensación de desasosiego al final de mi día. Y pasa por el hecho de que no he podido pegarle al teclado con el ritmo e intensidad que me gustaría. No puedo culpar a que se deba a que las musas no aparezcan. Es más bien que el día a día que estuvo sumamente complicado las tres semanas anteriores (lean Zen-eridad) y recuperar el tiempo con mis hijos no ha sido fácil. Hay que hacerse tiempo para estar con ellos y hacer cosas que ellos quieren, y eso a ratos implica no hacer lo que uno tiene en mente y procura hacer. Y no, no me refiero a que no haya escrito o trabajado del todo. Me refiero a que no le pegué a las teclas con el ritmo y frecuencia que me había propuesto.
Total, que he leído -y mucho- estos días, documentando el proyecto en el que estoy trabajando y otros más. Me he enterado de un par de trucos que pronto verán que uitlizo -o tal vez no se den cuenta-. Incluso, busqué un teclado portátil para la tableta, con ánimo de poder trabajar más fácil «on the move». Esos teclados que ponen los acentos mediante dejar presionada la tecla hasta que salgan opciones, son útiles para una breve nota en movimiento, pero malos para trabajar textos largos. Y la manía de ver un texto bien escrito, que hace que no pueda decir «los acentos después los pongo» no ayudan a escribir rápido.
Si, si escribí: pero ni para el blog ni para el libro. El tiempo de escritura corrió en otros proyectos cuyas fechas de cierre se vencían. Y leyendo. Mucho. Bastante, en realidad.
A ratos me siento como un ingeniero cuando ve que lleva seis meses en la obra y sigue en lo cimientos: desde la calle no se ve nada de avance. Supongo que eso es frustrante. Ya pronto empezaré a ver cómo se eleva la estructura, y con mucha rapidez; por ahora, se siente todo muy lento y sin rapidez.
Lo cierto es que si mi tristeza la causa que no escribí lo suficiente esta semana, la solución es muy sencilla: ¡Pégale!
Por cierto, no se pierdan este viernes este blog. Les tengo una sorpresita… Saludos.