Me siguen preguntando en qué consiste la prueba para mis lectores Beta… Va de nuevo el concepto: tengo listo el borrador de mi siguiente novela, «El hombre que dejó de soñar».
Algunas personas podrán leer el borrador y mandarme sus sugerencias antes de su publicación. A cambio, aparecerán en los agradecimientos y recibirán un ejemplar del e-book terminado gratis y podrán comprar el libro impreso al costo.
La idea es simple: Un autor puede pensar que su texto es perfecto, ideal. El editor formal podrá dar sugerencias, lo mismo de errores de dedo o errores conceptuales. Por ejemplo, notar que un personaje «cambió de nombre» o habla en un género que no le corresponde. Errores, pues.
Pero aún así, hay cosas que se le escapan al editor o que no ve el autor en las notas -me ha pasado que me salto algunos párrafos corregidos-. Los lectores Beta ayudan a cuidar ese tipo de errores y encontrar soluciones mejores.
Las grandes editoriales pueden pagar multiples editores y revisores. Los pequeños autores Indie dependemos de que ustedes nos ayuden… ¿Se animan a participar? Contáctenme por redes sociales o manden un correo.
Prueba: Arranque del capítulo 1.
-“Veo a mi padre muy mal. Temo por su vida. Por eso me gustaría pedirles su apoyo. No directamente a ustedes, sino a sus padres. Ya saben, ellos fueron grandes amigos desde la juventud y se siguen frecuentando. Hasta nos heredaron su amistad. Pero si ellos no lo ayudan, no sé qué pueda pasarle. Y francamente, estoy preocupado”.
Sus interlocutores lo veían con sorpresa.
-“La verdad es que está fuera de sí mismo. No lo reconozco. Se pone muy agresivo sin motivo aparente. Riñe mucho conmigo y con mi hermana. Se altera sin razón”.
Rafael tomó un buen trago de su bebida antes de seguir hablando.
-“A ustedes les consta que no era así. Era un hombre bueno, pacífico y tranquilo, que solía ser apoyo para todos y paz en la zozobra. Pero ahora…”.
Rafael dejó de hablar. Los ojos contenían una lágrima. La garganta le temblaba. Tomó el vaso con vodka y le dio un largo trago. Sus amigos lo observaban en silencio.
El ajetreo en torno suyo era indiferente a lo que acontecía en esa mesa. Risas y tragos, intentos de romance, el aroma al alcohol y perfumes intensos estaban al rededor. Las pantallas del bar mostraban un partido de beisbol que veían, distantes, algunos comensales.
El mundo ha cambiado.
El bar solía ser el espacio en que los hombres se encontraban para hablar de sus cosas, comentar sus cuitas y maldecir y blasfemar en voz alta. Fumar intensamente. Confesarse con el mesero esperando no la absolución, sino la complicidad de sus pecados.
Pero se abrieron los bares a las mujeres. Se prohibió fumar. Dejaron de ser cuevas masculinas para hacerse espacios más integrados. A cambio, el salón de belleza fue desplazado por las estéticas unisex, en la que daba igual si una mujer se hacía la permanente o un hombre se retocaba la barba leyendo una revista del corazón.
Era parte de los cambios. El mundo no iba a permanecer estático en cánones superados. Todo debía fluir.
Incluso, algunos lugares iban más allá de lo que a algunos les parecía cómodo: había un único baño, a fin de no discriminar al tercer sexo. Nada de “hombres o mujeres”: un único espacio para todos, en donde solo al interior de los bastidores que separaban los inodoros había diferencia alguna.
Estos cambios también habían obligado a adoptar una actitud más civilizada en muchos temas: matrimonios, familias diferentes, uso de marihuana, tolerancia y respeto a las diferencias.
Pero aún no se normalizaba el hecho de que los hombres tuvieran emociones y pudieran manifestarlas. Tal vez sí en el entorno íntimo, en su hogar. Pero no en un espacio público.
Rafael sufre
Rafael no podía seguir hablando, so riesgo de romper en llanto pleno. Temía hacerlo.
Aunque, a decir verdad, nadie en el bar parecía observarlos o preocuparse por su existencia, menos por sus emociones. Pero Rafael no quería manifestarse así en público.
-“Vámonos de aquí”. Tomó de un solo trago, bastante largo, lo que quedaba de su vodka. Dejó apenas un asiento al fondo. Sus amigos lo vieron desconcertados: apenas llevaban unos cuantos sorbos de sus respectivas bebidas.
-“¿Estás seguro, Rafa? Mira que prácticamente vamos llegando” -dijo Roberto.
El mesero se acercó con un plato de cacahuates. Tomó el vaso vacío de Rafael.
-“¿Le traigo otro igual, joven?”.
Rafael no contestó. Su mirada se perdía en el fondo del salón.
-“No, creo que ya no quiere más. Déjelo así y le avisamos”, respondió Ricardo.
El mesero se retiró con el vaso vacío. Parecía que se trataba de otra mesa de consumo bajo y rotación rápida. Fue a la terminal a pedir el corte de la cuenta.
Imagen de hoy: US Department of Education via Compfight