Cuándo tienes una pasión que te consume, un sentido de misión y de logro, nada te detiene… Tienes que hacer lo que tienes que hacer, a pesar de todo. Cueste lo que cueste. Simplemente, es una misión que debes cumplir. Y, por si fuera poco, la vida se encarga de hacer que lo logres: confabula a tu favor si tienes la certeza de que lograrás las cosas y actúas en consecuencia. No es fácil, pero ocurre.
Muchas veces me ha pasado que tareas que parecen imposibles de lograr en el tiempo o con los recursos disponibles, se logran con lo que parecen «esfuerzos sobrehumanos» o golpes de suerte definitivos. Son cosas que pasan aparentemente sin un motivo real.
Pero la verdadera causa es la certeza de que todo se va a resolver. Es el no dejar de hacer, buscar y estar atento a esos momentos en que las soluciones aparecen, aunque no sea obvio, claro o posible de entender cómo se resuelve. Pero se resuelve. El consejo, pues, es tener la plena certeza… y estar atento. Por supuesto, también ayuda hacer tu parte. No te vaya a suceder como aquella historia del hombre atrapado en una inundación en la que llegaron dos lanchas y un helicóptero a rescatarlos, y él declinó irse «porque confío en Dios y él me salvará». Tras morir ahogado, se presenta ante el Juez Eterno y le reclamó: «Yo confiaba en ti y proclamaba mi fe. Aún así, me dejaste morir ahogado». A lo que le contestó el Señor: «Yo te mandé dos lanchas y un helicóptero… Tu no quisiste subirte».
Así que hay que tener en cuentan que, cuando de lograr una misión vital se trata, las soluciones siempre estarán a la mano… Sólo es cosa de estar atentos y poder verlas.
Traigo el tema a colación porque recientemente me encontré un texto del año 2000, cuya traducción les comparto a continuación:
«Dejen la televisión sola, no se metan demasiado al Internet porque está lleno de porquería -es principalmente un tema de mierda masculina, de macho. A los hombres nos gusta jugar con juguetes. Consíganse una buena máquina de escribir, vayan a la biblioteca, vivan allí. Vivan en la biblioteca. Vean, yo nunca fui a la escuela, pero fui a la biblioteca. Y estuve allí por 50 años, más o menos. Cuándo estaba en mis años cuarenta, no tenía dinero para una oficina. Y estaba caminando un día por la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles) hace unos 35 años, y escuché el ruido de máquinas de escribir de abajo, provenía del sótano de la biblioteca. Fui a ver que pasaba, y me encontré que había un salón de mecanografiado allí. Y por 10 centavos por cada media hora, pude rentar una máquina de escribir. Me dije: ‘¡Oh, Dios mío… esto es grandioso! No tengo una oficina. Me moveré aquí con un montón de estudiantes. ¡y escribiré!’. Así, con una bolsa llena de moneditas y en los siguientes nueve días -en los que gasté $9.80- escribí Fahrenheit 451«.
Por supuesto, ya pudieron identificar que el hablante es Ray Bradbury, y el texto corresponde al discurso que dio para la graduación de los estudiantes del CALTECH (Tecnológico de Califonia) en el año 2000. Y si hacen las cuentas rápido, a 20 centavos la hora, podrán ver que le tomó 45 horas -a lo largo de nueve días- escribir una de las mejores novelas de ciencia ficción de todos los tiempos.
Así que la próxima vez que sienta que una dificultad me agobia o que no pueda salir adelante… me acordaré de la máquina de diez centavos y las dos semanas de Bradbury. Eso debe bastar para recuperar la fe… y afinar los sentidos en encontrar soluciones.
Imagen de hoy: Jonathan Kos-Read via Compfight cc