Vaya que este periodo de cuarentena nos ha ido llenando de retos constantes. Uno, el más complicado, lograr mantener cierto grado de normalidad en las actividades cotidianas: trabajar, convivir con la familia -aún a distancia-, tener que restringir el contacto físico y, si me apuran, hasta mantener ciertos hábitos -lo que a veces incluye hasta la hora de dormir, el baño diario y hasta la lavada de los dientes tres veces al día-. Y es que es normal: las cosas no son como solían ser, y nadie puede decir que no le afectan.
Claro está que, en un sentido, la vida se ha simplificado mucho. Por ejemplo: antes de esta etapa, entre la ida al trabajo, llevar o recoger niños a la escuela, llevar a mi padre a sus pendientes laborales o personales y pasear a los hijos, consumíamos tres cuartos de tanque de gasolina a la semana, y manejaba unos 300 kilómetros. Hoy, en todo abril llevo más de 350 kilómetros. No he tenido ni un embotellamiento, ni un viaje de más de 45 minutos. Una ida a la escuela y de allí al trabajo podía tomar dos horas.
He consumido poco menos de medio tanque y únicamente salgo dos veces a la semana: el miércoles de supermercado y el sábado de consulta médica. Es cierto: a veces los miércoles hago encargos míos, de mis padres, mi hermano y mis hijos, por lo que hasta 60 kilómetros he recorrido en un día. Pero antes, durante marzo, llegué a manejar 121 kilómetros en un día.
No comento esto por ser especial o algo así: simplemente, les cuento mi experiencia cotidiana con algo de datos duros que la complementan.
Cuarentena alargada
Nada de esto es nuevo: les comenté en la entrada Coronavirus en México: Por qué actuar así. que entendía el nervio de la autoridad: de no tener un encierro pronto, el riesgo de salud podía crecer y desbordarnos. Pero alargar de más la cuarentena tendría un grave, gravísimo efecto económico.
Hoy lo empezamos a observar: 80% de la industria turística y aérea está paralizado. Las armadoras de autos y las plantas cerveceras se encuentran en paro técnico; de diez restaurantes cercanos a la casa, abre uno y es para llevar. El puesto de barbacoa cercano, que traía de dos a tres borregos el sábado y otro tanto el domingo, hoy a duras penas agota un animal en ambos días. La economía está frenando.
Además, y segúramente lo están notando, la salud mental está padeciendo. Me encuentro a muchos amigos (y más amigas) que me dicen que acabando la cuarentena se van a divorciar, «porque no aguantan a sus parejas»; niños que lloran por todo o que se portan violentos, porque saben que no hay disciplina que valga. Y no hablemos del boom de nacimientos que veremos entre ocho y diez meses adelante.
Retos constantes
Pero también ha sido una etapa de retos constantes, en lo personal, lo familiar, lo monetario y demás. Será pronto el momento de decidir cuáles retos vamos a tomar, cuáles a dejar y cuáles serán los nuevos añadidos constantes a mi vida.
Algunos ya estaban en marcha -como el ir en bicicleta al trabajo, como les había contado antes-, o los cambios en hábitos alimenticios-. Otros eran proyectos, y allí están, latentes. Pero los más importantes, los que van a reformular la forma de ver la vida, esos retos constantes… De esos les contaré el próximo miércoles. Porque este fin de semana toca refinarlos y alistarlos. Estén atentos.
Imagen de hoy: Cuarentena by Alexandra_Koch (Pixabay) y video por @Gjsuap.
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