Ni modo, hay que decirlo aunque sea poco popular: Es necesario que los gobiernos guarden ciertas secrecías en el manejo de su información. Es un mal necesario. Cuantimás en tiempos de guerras o de conflictos. Churchill pasaba mucho tiempo en solitario, pensando y repasando sus planes. Tenía tal nivel de desconfianza en sus secretos, que hasta daba órdenes durante su baño diario, con él en su tina y una secretaria tomando dictado afuera. Y después, ya en la oficina, codificaba mucha de su información. Era lo necesario en esos tiempos.
Debo reconocer que uno de los principales aportes del gobierno de Vicente Fox a la cultura democrática de México fue la Ley de Transparencia. Esta herramienta nos permitió saber a los gobernados qué se hace con el dinero público. Una de sus primeras víctimas fue el propio Fox, cuándo la presidencia informó que las toallas para su cabañita en Los Pinos costó seis mil pesos pieza (hace casi 20 años; aún hoy es un precio escandaloso). O que los bubulubus se pagaban a veinte veces su valor comercial.
Recuerdo que en esos tiempos subieron las contrataciones de cursos de redacción y ortografía que le vendíamos al sector público. Y los participantes estaban muy atentos. «Es que ahora cualquier cosa que escribamos para los jefes se puede hacer pública. Y que oso que nos lean con faltas de ortografía» me dijo alguna estudiante.
Secrecías necesarias
Si: asumo que hay cosas que los gobiernos deben manejar con suma reserva. Los datos personales de los ciudadanos, por ejemplo. Si tienen mi dirección y todos mis datos biométricos, espero que su manejo sea lo más escrupuloso posible.
Recuerdo haber visto alguna vez una bodega de una oficina pública, que resguardaba cientos de miles de documentos de identificación de menores de edad. Poca información más sensible que esa. Tenía un lector de huellas que requería, además, un NIP personal de cada empleado que se reemplazaba cada semana. Nada mal para sentirse confiado. Pero para poder «escaparse» por cigarritos, a comprar comida o, simplemente, para aislarse del trabajo sin que los vieran, los empleados habían deshabilitado la alarma de emergencia de la puerta trasera y, mediante un ladrillo, la mantenían abierta todo el día. ¿Cuál secrecía?
Detalles como las fuerzas militares y policiacas, su composición y ubicación deben mantenerse en el más absoluto secreto. En eso estamos todos de acuerdo. Las ubicaciones precisas de ductos de combustibles. Las claves para habilitar despegues y aterrizajes en aeropuertos y llegadas o salidas de naves en puertos. Las decisiones que pueden permitir atrapar a un delincuente o crear riqueza dónde no la había. Por ejemplo, el trazo de una nueva carretera que pasa por tierra de nadie, que pasa de ser un páramo lejano a un vergel a pie de carretera. El que tenga esa información y la explote, abusa. Por eso el secreto.
Secretos incorrectos
Tal vez por eso ahora desespera saber que se le da tratamiento de confidencial a información que debería ser pública. ¿Cuánto costó la estancia de Evo Morales en México? Quien sabe: se reservó 10 años. Y otra que debe ser secreta se hace pública. Por ejemplo, el nombre e identidad del jefe de inteligencia militar a cargo del combate al narco.
No entender qué debe ser secreto y que debe tener máxima publicidad es clara señal de que el gobierno «no entiende que no entiende». Y con él, los que aplauden que diga lo que debe tener secrecía y se calle lo que todos debemos saber.
Imagen de hoy: Top secret por TayebMEZAHDIA (Pixabay)
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