Estoy muy agradecido con mis lectores Beta por todas sus sugerencias, quejas y retroalimentación. Me contenta saber que la historia les ha gustado, que el texto fluye adecuadamente y que los detalles que le han encontrado son menores respecto a otros trabajos anteriores.
Pero también han añadido sugerencias importantes: desde cazar «herrores» de dedo o de redacción hasta sugerencias más de fondo. Por cierto, acá va un ejemplo, continuación de la entrada anterior en que arranca el capítulo uno, para que se den cuenta.
Por cierto, esta versión que están leyendo es la misma que tienen ahora los lectores Beta. Ya le encontré al menos tres errores. ¿Y ustedes, cuántos han visto? Si les late, no dejen de inscribirse como lectores beta para que pueda atender sus sugerencias, comentarios o quejas. Y, por cierto, los subtítulos son para facilitar sus comentarios y no van en el texto final.
Sugerencias al resto del capítulo 1.
El resto del salón parecía ajeno a las pesadumbres de aquel grupo. Las charlas triviales ocurrían por doquier. Esos intentos de comunicación que ocurren cuando alguien grita para hacerse oír, con un comentario que a nadie le importa, y el destinatario simula que escucha, aunque no oiga.
La falta de tabaco en las mesas hacía que los demás olores, mezcla de alcohol, comida y perfumes, fueran intensos. Antes, al menos, el desagradable aroma a tabaco quemado ahogaba todo lo demás. Ahora, el popurrí de aromas era más intenso, pero aún desagradable.
Las mesas tenían dos tipos de platillos: pequeñas botanas, cacahuates y frituras de las de bajo costo; comida alta en grasas y de porciones generosas en quienes estaban dispuestos a pagar por un plato de doscientos gramos de carne el precio de cinco kilos del mismo corte en el supermercado.
Y aunque muchos iban a ese lugar por el ánimo de estar en el sitio de moda, los chicos lo habían elegido porque era un punto intermedio para todos. Pero, para lo que estaba pasando allí, daba igual que hubieran comprado un six pack de cerveza y lo tomaran en la acera.
Verse sin verse
Y aunque la tecnología había facilitado mucho la vida de todos, en particular para estar al pendiente sin estar, el contacto humano era insustituible.
Verse sin verse, reunirse sin estar, era el peor escenario. Juntaba lo peor de ambos mundos. Para eso, se hubieran grabado un mensaje y se lo hubieran dejado en un correo electrónico. Ricardo y Roberto estaban inquietándose más ante la actitud ausente de su amigo. Pero sabían que él los necesitaba. Por eso estaban allí.
-“Rafa, si quieres que nos vayamos…”
No hubo respuesta.
-“Me preocupa verte así”.
-“Hermanito, nos estás preocupando mucho”.
En los ojos lejanos de Rafael, una lágrima empezó a rodar.
-“Mi padre…” -esbozó.
Ricardo le puso una mano en el hombro.
-“Sí, Rafa; cuéntanos… ¿Qué te preocupa tanto?”.
El silencio seguía como única respuesta.
Roberto le dijo a Ricardo: -“Déjalo en paz. Ya nos contará cuando regrese a la Tierra. Por lo pronto, déjalo en su mundo”. Bebió de su vaso.
-“Entiendo que esté así, pero me preocupa mucho. No puede vivir para siempre en ese dolor”.
Rafael, sin mirarlos, balbuceó: -“Es que si ustedes supieran lo mucho que ha cambiado en estos días…”.
El silencio volvió a caer sobre la mesa. Los amigos de Rafael empezaron a impacientarse con la ausencia del amigo presente.
Una reflexión más
Los padres de Ricardo, Roberto y Rafael habían sido amigos desde la infancia. Vivieron muchas cosas juntos. En particular, cuando su amigo Carlos Jeremías había muerto en un accidente automovilístico. Eso hermanó más a la tercia de amigos. Uno de ellos se hizo novio de la novia del difunto. De hecho, se terminaron casando. Tuvieron dos hijos, niño y niña.
Rafael era el mayor. Manuel José vivió mucho tiempo con una mujer, con la que no tuvo hijos. Se separaron cuando ella se fue al extranjero a estudiar un postgrado. En esos años conoció a una linda mujer y se casó, pese a decir que no creía en el matrimonio. Tuvieron a Ricardo y a una pequeña hija que se murió poco después de nacer. Por su parte, Juan Andrés se casó con su primera novia y, muchos años después, cuando todos pensaban que no tendrían hijos, nació Roberto. Algunos lo consideraban un verdadero milagro: creían que eran estériles y no pensaban que tendrían hijos jamás.
Los tres amigos eran cercanos, pero no tanto como en su momento lo fueron los papás. Sí, heredaron la amistad. Eran buenos amigos. Pero no siempre se frecuentaban. De entrada, los padres dejaron de vivir en la misma zona, dispersándose por la ciudad.
Coincidían sin falta en los cumpleaños mutuos, de los hijos, los padres y las esposas. Algunos paseos familiares. Incluso, un par de años nuevos los pasaron juntos.
Pero el mundo cambió: era básicamente a través de las redes sociales que compartían muchas cosas. Estaban al tanto de sus logros y pendientes por esa vía. Muy ocasionalmente se llamaban por teléfono. Y ahora, a petición de Rafael se habían visto. Estaba muy preocupado. Requería que los papás de sus amigos intervinieran en la situación que vivía su papá.
La familia no cosanguíena
Es difícil cuándo los papás de tus amigos son tus amigos. Hay muchas cosas que han compartido, tal vez involuntariamente. Es decir: viajes, fiestas, paseos. Van porque “tienen que ir”, aunque no encajan bien en el grupo de amigos convencional. No son tus compañeros de la escuela. No son los amigos que has escogido. Y aún así, son de los que más te conocen. Saben muchos detalles de ti y de tu familia. Cosas que a otras personas no les cuentas, ellos las saben incluso sin hablarse.
Y tampoco es porque se las cuentas: es porque lo han vivido. Los papás van al mismo paseo que les trae recuerdos, y acaban llevándote varias veces en la vida al mismo lugar. Porque a ellos les recuerda algo en especial. Y al paso de la vida, a ti también te traerá ese tipo de recuerdos. Tal vez nunca vuelvas a ir en la vida, pero no podrás olvidarlos.
Si los amigos es la familia que uno escoge, los hijos de los amigos de tus papás acaban siendo como tus primos. De hecho, es común que los consideres tus tíos. A veces, con más cercanía y afinidad que con los verdaderos parientes consanguíneos. E incluso, si coinciden los apellidos, es más marcado el efecto. Tus “primos” elegidos serán más cercanos que tus primos reales.
Y tus “tíos” por amistad serán más amorosos y cuidadosos contigo que tus tíos consanguíneos.
Amistades heredadas
Por eso y por muchas cosas más, Rafael optó por buscar a Ricardo y Roberto para que le ayudaran a resolver la situación que le angustiaba respecto a su padre. Sabía que solo ellos lograrían hacer que su papá se pusiera más tranquilo o que, al menos, contara lo que le pasaba.
A final de cuentas, Manuel José, Juan Andrés y Javier, junto con el difunto Carlos Jeremías llevaban décadas de conocerse y ser buenos amigos y cómplices. Aún se referían a ellos como “los Jotas” de cuándo en cuándo. Y aunque no lo hicieron a drede, sus hijos Rafael, Roberto y Ricardo compartían iniciales y, juguetonamente, les decían “los Erres”. Aunque era tal la relación de las tres familias que no faltaba quien se refiriera colectivamente a los seis como “los Juniors”, porque esa palabra inglesa que significa “hijos” se suele abreviar como “Jr.”. Así que los Jotas y los Erres eran, para muchos que los veían juntos, los Jr.