Había una célebre canción que decía «los caminos de la vida / no son lo que yo pensaba / no son lo que yo creía / no son lo que imaginaba». Y en efecto, la vida caprichosa me ha ido llevando por distintos caminos, y no siempre conforme a lo planeado.
Por ejemplo, siempre consideré que viajaría a Chile a estudiar «algo» de mi carrera -tal vez desde que estaba en la primaria, en dónde tenía muchos amigos chilenos exiliados tras el golpe de 1973-. A finales de 1993 me ofrecieron la beca para un curso de Evaluación Social de Proyectos con el máximo experto latinoamericano en el tema. Pero se pedía al menos 95% de créditos y, haciendo una revisión, no tenía ni 50%. Así que me pasé el año tanto revisando mi registro académico (casi un año no estaba acreditado por una «falla en el sistema»), llevando clases de 7 de la mañana a 10 de la noche (claro, seis horas al día: tres en la mañana y tres en la tarde. El resto, trabajando) durante dos semestres y dos materias en el verano. Así que llegué con el 100% de los créditos a diciembre de 1994 y la tesis casi terminada. Y cuándo fui por mi beca para irme en 1995… me enteré que estaban suspendidas por la devaluación. Nada que hacer. Literalmente, me cambiaron el país, la tesis ya no servía y no había becas para Chile. Adiós plan.
Pero como la vida tiene sus puntos clave que tienes que hacer si-o-si, en 2009 me ofrecieron una beca para ir a un curso a Chile, y me pasé un mes -no un año- en esa ciudad, aprendiendo mucho pues era un curso intensivo. Terminé con la más alta calificación del curso, con muchos amigos y viviendo en otro país por primera vez en la vida, en un punto clave para definir lo que venía. No descarto volver a Santiago y realizar muchas de las ideas que se quedaron en el tintero en ese viaje.
Caminos azarosos.
Y como en esa anécdota, muchas veces uno traza un plan y la vida se encarga de hacerlo otro muy distinto. Como el día que me admitieron al doctorado, que fue el mismo día en que me enteré que sería papá por primera vez -y ya no fui al posgrado: no me alcanzaba el dinero-. O como el día que una amiga a la que quería como novia me prestó su carro… y lo choqué en un accidente impredecible (había gasolina y aceite en la rampa del estacionamiento y el carro se fue contra la barda). Tardó tanto en perdonarme que nunca fuimos novios. O el día que tenía una entrevista de trabajo y murió mi abuela. No falté a la entrevista… pero ha sido uno de mis peores desempeños (tras la velación y el funeral no llega uno muy lucido, ¿Verdad?). O el día que, camino a otra entrevista, me robaron el celular… y tenía que hablarle a mi interlocutor desde mi celular para garantizar la entrada «discretamente» sin registrarme en la puerta de su oficina. En fin…
A veces tratas bien a personas que no sabes que te podrán ayudar más adelante, sólo por haber sido buena persona cuando no eran importantes. O al revés, maltratas a alguien que, días después, puede definir tu futuro. Me acuerdo de un colaborador al que me pidieron despedir de fea manera y lo hice, pero con buen trato y dándole el tiempo adicional que me pidió (una quincena). Y en ese rato, renunció mi jefe y este amigo quedó como secretario particular de mi nuevo jefe. Y le hizo la vida de cuadritos a todos quienes lo maltrataron… excepto a mi, porque recordó que lo traté bien.
Mismas rutas.
Les cuento todo lo anterior porque me pasó algo muy curioso: un buen amigo y que no había visto en meses, y que conocí hace como tres empleos me buscó para que le ayude con un proyecto. Pero no puedo ayudarlo de la forma en que me pidió (todos mis contactos de esa época o han cambiado de trabajo o ya no tienen relación conmigo).
Me planteó entonces otro proyecto. Coincide exactamente con lo que estoy haciendo ahora, así que allí logramos un buen acuerdo, potencialmente benéfico para ambas partes. Y explorando otros proyectos, resulta que uno de sus clientes potenciales -para el que también puedo ayudarle- es ex novio de una amiga mía de hace algunos ayeres… Total, que lo que parecía una junta rápida que no tendría efectos acabó con muchos avances en muchos temas. Y por caminos distintos, resulta que vamos por las mismas rutas. Y por poco cancelo la cita por ¿Qué creen? ¡Un celular!
Muy pronto les compartiré del proyecto y los invitaré a participar del mismo. Créanme que valdrá la pena.
Así que por ahora cantaré:
Los caminos de la vida
no son lo que yo pensaba
no son lo que yo creía
no son lo que imaginaba…
(Pueden ser mejores).
Imagen de hoy Corey Seeman via Compfight