Pasó lo que tenía que pasar, según algunos. Pese a que me he cuidado, salgo con cubrebocas, uso gel cada que subo a mi auto y limpio dos veces al día mi posición de trabajo, salí positivo en una prueba rápida de COVID y estoy a la espera de una segunda valoración, un exámen PCR que especifíque el tiempo de exposición aparente y la evolución de la enfermedad. La toma será mañana martes 29 y el resultado estará el jueves, tal vez antes.
Hay quien dice que fue consecuencia del viaje en avión. Posible, pero poco probable: hice el viaje con máscara N95 todo el tiempo desde que entré al aeropuerto hasta que llegué al hotel. Chiapas es uno de esos estados en semáforo verde, con pocos contagios totales. Es posible, pero poco probable.
Hay quien sugiere que fue porque en cierta oficina que visité -poco antes de mi viaje- había 4 personas enfermas y que no lo sabían. De hecho, el 12 de diciembre dos de ellas estaban hospitalizadas e incluso, una intubada. Es más probable que el contagio, de haber ocurrido, haya sido allí. Pero es algo que no sabremos con certeza. Simplemente, el hecho es que di positivo.
De acuerdo al instructivo, este resultado implica que «alguna vez estuvo expuesto al virus» (IgG positiva), pero que no «tiene el virus presente en este momento (IgM negativa). O sea… que alguna vez hubo COVID en mi cuerpo, pero que ya no está. Eso dice la prueba. Que ya lo tuve, en pasado pretérito que ya ocurrió.
COVID: quesque si…
Por eso es necesaria una prueba PCR. Esa dirá cuándo pudo ocurrir la infección, y qué estado tiene: si hay anticuerpos creciendo, decreciendo o si «ya fue». Como se podrán imaginar, no hay fechas prontas para la prueba, además del gasto adicional que implica. Unos tres mil pesos en la mayoría de los lugares; mil en Salud Digna, pero hay que «corretear» citas a las 6 p.m. que es cuándo se liberan para tres días después. Pues ya, se hará el martes y sabremos el jueves.
Lo relevante es que de los ocho posibles «síntomas de peligro»: pérdida de sabor, pérdida de aroma, presión alta, dolor de cabeza, dolor de articulaciones, diarrea, dificultad para respirar, baja de oxigenación, conjutivitis y tos intensa y prolongada, solo tengo tos leve, ocasional y esporádica. Ni siquiera intensa… sino bastante leve.
De hecho -y para tranquilidad de las personas con quienes he estado en contacto reciente- mis signos vitales se están monitoreando cada cuatro horas: la medición más reciente dio temperatura de 35.8º, oxigenación de 93%, presión de 95/64 ritmo 83. Es decir, no los niveles normales de 36.5, 97% y 120/80 – 90, pero no los niveles que se esperaría de una situación de COVID grave.
… pero nada grave.
Por supuesto, no estar al 100% no es estar sano. El hecho de que haya salido positivo, no es bueno. El hecho que de la enfermedad no aparezca grave, no implica que me debo confiar. Tocan al menos otras dos semanas de aislamiento total, monitoreo constante de signos vitales y continuar con la medicación. Puedo ser un perfecto paciente asintomático o bien haber librado la enfermedad como uno más de los millones de mexicanos que la tuvo leve o sin síntomas.
De hecho, la sospecha surgió porque durante la cena de Navidad habré estornudado unas cuatro veces. Mi argumento es que fue el aroma de los camarones rehidratados: me olieron mal -como a pañal, incluso-. Pero como en estos tiempos todo es sospechosismo, accedí a a hacerme una prueba rápida. Una tomada hace dos semanas salió totalmente negativa. Ahora, ésta dice que ya tuve exposición al virus pero que no lo tengo ya.
En fin, no es nada grave. Pero, por precaución, toca hacer una prueba más completa, monitorear los signos y seguir las recomendaciones, en particular el aislamiento. Veamos qué resulta y qué pasa a continuación. Les mantendré al tanto, pero ya pueden tanto incluirme en sus oraciones por la salud, como decir que conocen a una persona con COVID: un autor al que les gusta mucho leer.
Imagen de hoy: Gjsuap.
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