Las dudas son esas cosas malditas que más me han detenido en la vida. Y estoy seguro que a Ustedes también. Dudar si pedirle a aquella niña si quería ser mi novia. Dudar si decirle a aquella mujer que se casara conmigo. Tener miedo de fracasar al pedir la admisión a aquel postgrado. Tener la certeza de que no me darían la beca, así que mejor ni pedirla. No atreverme a solicitar un empleo que no me darían. Ni siquiera pensar en pedir el crédito hipotecario porque ese departamento estaba fuera de mi alcance… Dudas, esos terribles frenos.
Y más que nada porque te «comen» los nervios. No estás en paz. No asumes que decidiste que no y el tema deja de importar. Sigue, y sigue, y sigue dando lata, a veces intensamente por días y días. A veces, te abandona mucho tiempo y regresa con furia sin igual en cualquier momento.
Lo peor son esas dudas que te pintan un «hubiera» más hermoso que cualquier realidad real… o incluso, posible. Esa noviecita sin chiste acaba siendo la ganadora del premio Nobel y la estrella de cine más sexy del mundo -aunque en realidad acabe truncando la carrera, con un fuerte sobrepeso y ni siquiera apareciendo en sus propios videos de YouTube-. Ese trabajo insulso al que declinaste acababa poniéndote como el más influyente asesor del siguiente presidente…
Dudas que te atrapan y te detienen.
Muchas de esas dudas tienen un verdadero costo: te frenan en cosas que debiste haber hecho. Por ejemplo, pienso en cierto proyecto que terminé de formatear una hora después de acabada la reunión. Pude haberlo mandado allí mismo y ganar un extraordinario reconocimiento del cliente. Pero… asumí que se vería más profesional si lo mandaba 24 horas después. Si, el cliente había salido de viaje y lo vio una semana más tarde… cuándo ya le era inútil. Y, en lugar de quedar como super eficiente y la mejor opción, no le sirvió el trabajo y me ignoró.
O aquella vez que me reuní con uno de los empresarios que más admiraba y le presenté mi idea. No le gustó. Pero en vez de adecuarla a sus gustos, o de convencerlo de que estaba bien, me quedé con esa negativa y la empaqué por años en un baúl. Aunque luego me enteré que «alguien» había visto esa idea, la re-creo y la vendió a un prominente banco que la hizo una de sus divisiones.
No hablo solo de los hubiera, sino de las dudas que te detienen. Para que se den una idea, esta entrada de 2012 habla de mi enésimo intento por rescatar esa idea… que data de 2004. ¿Lo peor? Esta semana me encontré, por separado, a dos amigos de hace mucho tiempo. Se ve que les va bien. Ambos atribuyeron su éxito a que siguieron con las lecciones de ese libro… que yo no empujé mucho más.
Y no lo hice porque entonces, como ahora, las dudas te detienen. ¿Funcionará? ¿Alguien lo quiere? ¿Alguien más lo tiene? ¿Por qué me creerían a mi…?
Imagen de hoy por Beshef