El ejemplar Don Adolfo

Adolfo Ruiz Cortines - Vía Wikipedia

Adolfo Ruiz Cortines - Vía Wikipedia

Adolfo Ruiz Cortínes fue presidente de México entre 1952 y 1958. Creo que fue uno de los mejores presidentes mexicanos del Siglo XX. No tiene el reconocimiento que tuvo Cárdenas, o las altas expectativas que generó Salinas, pero fue sin duda uno de los mejores. Y no tiene esos aplausos porque fue, ante todo, eficiente administrador y muy discreto.

¿Por qué, se preguntarán, un hombre austero, que gustaba de armar rompecabezas, jugar dominó y usar corbatas de moño puede ser tan notable? Simple; porque fue un administrador eficiente y austero, y porque hizo cambios importantes que se necesitaban.

Primero, dió el voto a la mujer por considerar que era justo. Fue una de sus primeras reformas constitucionales que realizó el presidente en su sexenio;  presentó la iniciativa el 9 de diciembre, a menos de dos semanas de haber tomado el cargo, y se aprobó en 1953, apenas el tiempo que tardó en procesarse la iniciativa. Homologaba así los derechos de hombres y mujeres, algo digno de recordarse hoy, Día Internacional de la Mujer.

Es cierto que el gobierno de su antecesor Miguel Alemán fue acusado de corrupto. Así pues, otra de sus primeras acciones fue hacer público su patrimonio personal: el 2 de diciembre de 1952, a un día de asumir la presidencia, hizo saber que era dueño de una casa en la ciudad de México, copropietario de un rancho en Veracruz, un automóvil Lincoln 1948, el coche de su esposa, mobiliario y menaje de casa y unos pocos ahorros en el banco. 34 mil dólares en total (menos de 750,000 pesos de hoy). Y eso tras haber sido gobernador de Veracruz y Secretario de Gobernación. Obligó a hacer pública la declaración patrimonial de 250,000 funcionarios públicos. A su muerte en 1973, dejó una casa en Veracruz valuada en $1,250,000 y $300,000 para la fundación Cotera – Ruiz Cortines para dar becas. Unas cuantas monedas de oro que debían ser entregadas a sus ocho nietos al cumplir 25 años de edad.

Bajo su gobierno se llevaron a cabo «la marcha al mar», iniciativa para reforzar la salida del altiplano en pro de poblar los litorales, abandonados entonces; fomento al empleo y a la micro y pequeña industria, la creación del seguro campesino, el pago del aguinaldo a los trabajadores, realizó una política de austeridad y racionalidad del gasto.

Encontró que en la Secretaría de Comunicaciones había la intención de cobrar una factura por una carretera que no existía por 120 kilómetros; ordenó frenar el pago y procesar por fraude a los supuestos promotores. Le tocó devaluar el peso en 1954, al pasarlo de $8.50 a $12.50 por cada dólar, valor que se quedó estable hasta la década de 1970. Sin embargo, su política de gastar menos de lo que se cobraba de impuestos, y enfatizar el desarrollo económico fue la base del llamado «milagro económico mexicano» y del «desarrollo estabilizador», lo que mejoró la calidad de vida en el país por 20 años.

Pero lo más notable: al terminar su gobierno y tras un año de retiro, volvió al servicio público, sin cobrara nada, y se mantuvo en él por casi doce años, hasta la muerte de su hijo mayor. Desde entonces vivía casi aislado en Veracruz, puerto en el que solía ir por las mañanas a leer el periódico «El Dictamen» por las mañanas, y por las  tardes asistía al café de la Parroquia, dónde jugaba dominó con sus amigos. Sin nada de presión o altivez tras haber sido presidente de México.

Su discreción y austeridad son ejemplos que no debemos perder. Sin embargo, es ejemplar Don Adolfo pero tristemente muy poco seguido por sus sucesores. Incluso Ernesto Zedillo, quien renunció a su pensión y trabaja, no lo hace en su país sino en organismos, universidades y como consejero de empresas extranjeras. Debemos rescatar el ejemplo de trabajo y bien común de Don Adolfo.

 

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