Estos días traía un antojo de hamburguesas… Tremendo. Varios días. Y de repente, caminando en un lugar por el que paso mucho – pero en carro- me encontré una de esas hamburgueserías de cadena y decidí entrar. A final de cuentas, el antojo no se me iba a quitar si no lo atendía.
Pero… salí sin hamburgesa y sin ganas de volver. Y me percaté de que esos negocios que antiguamente fueron muy boyantes están en una crisis. Se están muriendo. Porque no fui el único cliente que entró para salir con las manos vacías. Fuimos varios, y no por los mismos motivos. Platiqué con algunos de ellos y les contaré que me encontré.
Y vaya que es apenas la segunda vez en el año que me acerco a uno de estos -cada vez más escasos- restaurantes de cadena especializados en ese alimento que, hace unos veinte años, frecuentaba dos veces a la semana, mínimo. Y eso porque eran de los más eficientes para «vender comida para degustar en el auto», que me era necesario para cumplir en tres trabajos a la vez. Nada más eficiente que parar tres minutos y comer en los altos.
Hamburgueserías de cadena…
¿Qué me detuvo de cumplir mi antojo? Tres cosas: los precios, el aroma y la poca gente. Se notaba que las hamburguesas tenían más tiempo de hechas que lo que recomienda la norma. Se veían secas. Los comensales, incómodos. Segundo, el restaurante olía demasiado a grasa. Sé que así debe ser la carne para hamburguesas. Y más si presume que son «a la parrilla». Pero el aroma era como de grasa rancia. No se antojaba. ¿Tal vez por el calor? No lo sé, pero no se antojaba. Por último, los precios. Cuándo el paquete para una hamburguesa básica cuesta casi cien pesos y para una angus 150, la piensas. ¿Y si mejor me voy a la tortería y me compro tres de milanesa con queso? O una sola y gasto menos. Al final, me salí sin comprar ni siquiera un cono de helado.
Mi experiencia anterior este año en la otra cadena también fue desagradable. Acepté ir por darle gusto a mi hijo mejor. Pero esperar 20 minutos por una comida rápida parece un contrasentido. En vez de comer con calma, tuvimos que comer en el carro. No estuvo padre. ¿El problema allí? Que los «mensajeros» de las empresas de comida por encargo eran atendidos en una fila exclusiva y con más rapidez. Dado que allí sancionan si no entregan a tiempo, los clientes «ordinarios» teníamos que esperar a que los tipos de grandes mochilas se movieran. Y llegaban más rápido de lo que podían despacharnos a todos.
Con base en eso me puse a recordar: dos de los más grandes restaurantes McDonald’s que había en el mundo ya están derribados: Satélite y Polanco. El de Insurgentes y Reforma tiene ahora un enorme McCafé que atiende a la mitad de los clientes que entran. Quedan pocas tiendas grandes stand-alone, como el McDonald’s de Parque Hundido o el Burger King de Eje 10 y Cerro del Agua. La mayoría de los que quedan son en plazas comerciales o pequeños módulos de postres aquí y allá (como en Madero o en Parque Alameda). Y algunas muy especiales, como el McDonald’s de Génova, en la Zona Rosa, uno de los pocos restaurantes 24 horas que aún operan.
Incluso cadenas menores como las de Hamburguesas Memorables o BKT han ido cerrando o reduciéndose. Otros restaurantes gourmet especializados en el tema también. Tal parece que las hamburgueserías se están muriendo.
… y las causas.
¿Por qué lo que era un alimento de moda está desapareciendo? Nuevamente pasa por los precios. A cien pesos por persona para una comida así, preferiría ir a un restaurante, contar con una mesa y más variedad de platillos. O irme a un puesto y comer porciones más grandes a menor precio. Si vas con una familia de cuatro, pagar quinientos pesos por comida rápida y acaso un par de juguetitos menores es demasiado. Con trescientos compras suficiente pizza para esa cantidad de personas.
Luego, por el valor de los terrenos. Es más rentable construir una torre junto a Plaza Satélite o a un costado de Periférico y Palmas que unas hamburgueserías. Y más si muchos llegan a comprar apenas un helado o un café para quedarse tres horas en los juegos infantiles o en el estacionamiento. Alguna vez festejamos un cumpleaños allí; no lo volvimos a hacer no porque saliera mal (fue bueno y a buen costo comparado con un salón), sino porque muchos papás dijeron que no les gusta que sus hijos coman eso.
Y ese es el factor clave: una mayor conciencia sobre los riesgos que implican para la alimentación. Como en este texto. Yo comía hasta tres veces a la semana allí -dos en el servicio al auto por cosas del trabajo, entre semana, una para llevar a los niños a jugar-. Hoy, mi hijo prefiere ir una vez cada dos meses, por el juguete, y pedir nuggets de pollo. Y yo… podría aguantarme el antojo o ir a una cafetería de cadena que tiene magníficas hamburguesas por la mitad de lo que costaría en las cadenas especializadas.
Total, la tendencia en el mercado está matando esos productos. Y, o se apuran, o quedarán limitadas a pequeños locales en plazas comerciales. O tal vez prefieren eso: ni siquiera tienen que limpiar un local grande, administrar baños o estacionamientos. Como sea, están cambiando.
(y por cierto, aunque hamburguesería suene raro, es el término correcto. Así lo menciona la Real Academia Española de la Lengua. Conste).
Imagen de hoy: Manel