Escribir es un trabajo creativo. O una tarea creativa. Hay quien se ofende si le llamas «trabajo». Pero es difícil describirlo. Lo cierto es que es complicado. Hay quien sufre mucho, piensa, pare las ideas. Hay para quienes es como si les dictaran: ven la página en blanco y, poco a poco, se va llenando. Me decía un amigo «parece que a tu blog hay que echarse un buen clavado; pero no tengo tanto tiempo. ¿Qué entrada me recomiendas?» Y me puso a pensar: hay algunas que con mucho esfuerzo fluyen; hay otras que naturalmente corren. Una entrada típica tiene 250 palabras; suele escribirse en 30 minutos o menos. Pero la anterior, «Y la Reina rockeó» con sus casi 2000 palabras se hizo en una hora, como si me la estuvieran dictando. Cuatro veces más rápido.
Por supuesto que, como autor, me gustaría tener un botón para prender y apagar la inspiración. Algo que me permitiera entrar en «la zona», «el flujo», «el estado Zen» o como sea que le llamen a ese momento en que te concentras tanto en la tarea y te abstraes, que nada más importa y no hay manera de sacarte de allí. De parecer que alguien te está dictando lo que tienes que poner, y lo pones perfecto, bien y a la primera. Ese «estar presente, aquí y ahora» del que habla Dan Millman (y del que ya hemos comentado aquí). Simplemente, me encantaría tener inspiración on-demand.
Leía a Ken Robinson una anécdota que muestra lo mal que andamos en ciertas cosas: como parte de un comité académico propuso un ascenso a un profesor de literatura. Para lograr el ascenso debía tener un cierto número de clases, conferencias y publicaciones académicas. El candidato, propuesto por él, tenía entre otras cosas dos novelas publicadas -una de ellas ganadora de un premio nacional-, dos series de televisión producidas por la BBC -una de ellas ganadora de un premio internacional-, dos libros de poemas -uno ganador de un premio nacional- y dos artículos en revistas académicas arbitradas, uno sobre historia de la literatura. Además, claro, de tener conferencias y clases en número suficiente, además de apoyar la labor de investigación de alumnos de postgrado. Una máquina creativa, si me permiten el término. Pues el comité, del que fue excluido para evaluar su propia propuesta, rechazó el ascenso. Al preguntar por qué, se negaron a explicarle. Cuando insistió, ya en privado, le dijo el presidente del comité: «Lo lamento, Robinson. Su candidato no puede ser titular de la materia de literatura porque sólo tiene dos artículos publicados. Carece de mérito académico suficiente». Preguntó que cómo, si tenía novelas, poemas y guiones premiados no podía enseñar a escribir. «Oh, a escribir si podría. Pero no es un académico sólido; carece de credenciales para enseñar literatura porque no ha publicado lo suficiente en revistas académicas. Pídale que corrija ese error y el próximo año lo volveremos a evaluar».
Me recordó lo que decía mi buen amigo Salvador «El Pino» Martínez della Rocca, líder del movimiento de 1968: «Con ciertos criterios intelectuales, a Homero le negarían una beca del FONCA porque sólo publicó dos libros en su carrera. No importa que fueran La Iliada y La Odisea: son dos. O a Juan Rulfo, con una novela y un libro de cuentos, producción de toda una vida. Esa baja productividad editorial no merecería beca… Se les pediría al menos un cuento al año, pero todos los años».
En fin. Viene esto a colación porque, tras ver La Gran Aventura Lego y retomar un proyecto de libro en el que estaba trabajando -para incluir un comentario sobre la película en él- me encontré que está fácil terminar el texto este mes: sólo requiero escribir 4,444 palabras en cada sesión de escritura. Y hacerlas sin parar durante 20 días. A menos, claro, que no trabaje un día, lo que implicaría subir a 4,978 palabras por sesión. Fácil: midamos la productividad por palabras vertidas.
Cuando tradujimos «El Pensamiento Económico de Aristóteles» el primer borrador salió en un mes. Incluyendo toda la transcripción de los párrafos en griego. Luego, ‘sólo’ nos tomó un año de discusión a mi revisor Carlos McCadden y a mi, en algunos momentos discutiendo hasta por seis horas el sentido de un sólo párrafo. Y luego nos tomó otro año obtener la aprobación de un segundo revisor y de la Oxford University Press. En contraste, de la idea a la publicación de «Lo Mejor de Dichos y Bichos Volumen 1» me tomó unas 36 horas, en dos sesiones (una de 12 de la noche a 6 de la mañana; otra de las 10 de la noche a las tres de la mañana). Claro que fue principalmente trabajo de edición, porque los textos ya estaban. Lo notable allí es que de que la musa llega, llega. Lo ideal sería tener inspiración on-demand.
Y por cierto, para mi amigo Daniel Gutiérrez que preguntó que leer primero en este blog, le recomiendo el libro compilatorio de «Lo Mejor de Dichos y Bichos Volumen 1«, disponible como e-book en Amazon México para Kindle y sus emuladores gratuitos (iPad, Mac, PC, Android o Blackberry).
Imagen de hoy Hartwig HKD via Compfight