Esta es la última semana completa antes de mi siguiente cumpleaños. Y a juzgar por los resultados, no es el mejor año de mi vida. Conforme veo que la meta se acerca, me queda claro que este año en particular fue uno muy difícil. O si queremos asumirlo de manera optimista, un año de siembra y que esta próxima semana debe servir para pulir los detalles.
Entiendo que a veces vienen a Dichos y Bichos buscando datos curiosos, algún tema que les guste o una recomendación de libros o cine para decidir que hacer. O como lo dice el lema actual: busco compartir «interesantes historias para aprender, sorprenderte y divertirte». Les agradezco mucho la confianza y su tiempo. Aunque como decía nuestro lema original, también es una «bitácora de un viaje en la vida». Y para los que quieran leer a continuación, hay algo que compartirles.
Semana de recuento
Si me pidieran resumir el año que estoy por terminar, sería «horrible». En mi trabajo me quedé sin jefe directo desde enero, y sin jefe de mi jefe desde abril, situación que no se regularizó totalmente hasta septiembre. ¿Cuál es la dificultad? Toda: desde el marco legal que te impedía hacer muchas cosas sin la firma de tu supervisor -y que tampoco regulaba las ausencias o suplencias del mismo, ni daba plazos para el nombramiento del personal- y que implicaron, por ejemplo, que todos los viajes laborales que debí hacer no se pagaran los viáticos… porque no había quien los autorizara. Es decir, se compraban los aviones y nada más: comidas y hospedaje iban por mi cuenta. Y si bien no era ni el único ni el que más viajaba, de repente era sorprenderte tener que ir a Tijuana, no gastar nada allá y regresar a casa en Metrobús.
Pero imagínense que tampoco podíamos realizar comparas o ejercer presupuesto, ¡vaya! Ni siquiera rendir informes porque no había autoridad legal que los firmara. Y si bien nuestros supervisores sabían que había un vacío legal, no podían exentarnos del cumplimiento pero tampoco aceptarnos los informes sin firmar. Total, esa sensación de caminar en la cuerda floja, sin poder avanzar, caerte o quedarte en el mismo sitio. Muy desgastante sin duda.
Pero llegó el nuevo jefe y, antes de un mes, nos pidieron la renuncia. Y entonces ocurrió que por primera vez en casi veintiún años de servicio público en que solo estuve fuera un año completo y algunos breves periodos de tres meses o menos, quedaba fuera. Y eso a pesar de tener una plaza de servicio civil de carrera, ganada por concurso y supuestamente inamovible.
Por si fuera poco, ocurre la salida en un momento en que el gobierno había parado contrataciones -ya era el último trimestre del año-, a punto de entrar a diciembre, época en que todo se detiene y con pocas opciones de recuperarse pronto.
¿Lo peor del caso? Que muchas personas que me procuraban y buscaban con insistencia dejaron de hacerlo. No me engaño, y habiendo ostentado cargos importantes estaba seguro de ello: hay muchas personas que son amigos del puesto, no de la persona que tiene el puesto. Para serles franco, lo esperaba… pero no de esa magnitud o tamaño. Es decir, personas que incluso se salieron de mis listas de distribución de correos de mis otros proyectos -como Dichos y Bichos-. Personas que interactuaban conmigo en Twitter varias veces al día y no solo dejaron de seguirme: me bloquearon. Gente que hizo notable que era mero interés.
Para colmo, camino a una entrevista de trabajo me robaron el celular, por lo que perdí todos los contactos que tenía del trabajo -porque poco antes, en el proceso de depurar la computadora portátil, me borraron también las cuentas de correo institucional con todos los contactos y con el respaldo del celular. ¡Vaya! Hasta perdí el acceso a más de la mitad de mi sitios y me tomó meses recuperar los passwords. Porque incluso las llaves maestras se habían perdido, y la tarjeta de crédito vieja que me habían clonado ya no la tenía siguiera para hacer las recuperaciones.
En este proceso de recontar lo que es la última semana de este año de vida, creo que es momento de parar a lo negativo y pasar a lo positivo. Ya les comenté que por primera vez en casi dos décadas quedaba fuera del servicio público y no de la mejor manera. Pero no fue lo único: también por primera vez en quince años, me pidieron que dejara de dar clases en mi alma mater. Eso es otra historia, pero quiero ilustrarles algo: ha sido un momento de soltar todo lo conocido y empezar a rediseñarme de nuevo. Por hoy los dejo con ese recuento. En la siguiente entrada -el miércoles- les cuento por qué considero que han sido meses de sembrar de nuevo.
Imagen de hoy The Happy Rower via Compfight
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