Esta mañana venía reflexionando sobre algunos de los errores más graves en nuestro país. Como desde hace casi dos años, en la radio comentaban los dichos de la conferencia mañanera del presidente, que insistió -una vez más- que el problema más grave del país es «la corrupción». Y aunque sin duda le asiste algo de razón, la verdad es que creo que el tema pasa más por la ley y la autoridad que la corrupción en sí. Es decir, si existe y es un tema grave; pero impacta a muy pocas personas al día. En cambio, el respeto a la ley y reconocer que la autoridad tiene la obligación de cumplirla y hacerla cumplir es uno de los problemas más arraigados.
… y vaya que el dolor en mi cara me hace confirmarlo. Ya les cuento por qué.
De entrada, venía en el cruce de Insurgentes y Reforma. Un auto se dio una vuelta prohibida delante de mí. Se metió al carril del Metrobús -que se supone que es exclusivo-. Venía hablando por teléfono. Tres infracciones al reglamento casi simultáneas. Una de ellas, grave. ¿Lo peor? Lo hizo frente a un oficial de Tránsito. Con una patrulla cerca. El el crucero más emblemático del país (la avenida más larga y la más hermosa). Y… no, no pasó nada.
Me quedó claro que ese hecho, menor e irrelevante, era en realidad un ejemplo de por qué nuestro país tiene dos grandes ausentes: Ley y autoridad.
Ley y autoridad: Dos faltantes
El tema no pasa por el hecho de que lo que hizo era contrario a la norma. Queda claro que había, al menos, tres infracciones en esa conducta: circular en carril exclusivo del transporte público, hablar por celular, dar una vuelta prohibida. Gracias a que venía atento pude esquivarlo. Pero al voltear a verlo, noté que otro vehículo, que se había pasado el alto pero no completó el cruce, bloqueaba ambos carriles del Metrobús. Y los oficiales de Tránsito nada más viendo de lejos: no se acercaron a multarlo, no hicieron nada por destrabar el nudo vial. Estaban viendo y ya.
Esto creo que ocurre porque todos sabían lo que iba a pasar: en hora pico en un cruce tan importante, no podrían detener al infractor. Eso implicaba bloquear un carril más tiempo, cuándo lo que se requiere es que esté fluído. En el hipotético caso de que pudieran «orillarlo», el afectado diría que «es influyente», «tiene prisa», que «le levanten la multa, total, él no la paga» o, incluso, ofrecería un billete. Es decir, la corrupción está presente, pero más el desprecio por la ley y la autoridad.
La impunidad.
Es triste lo ocurrido, no solo porque sabíamos que no iba a pasar nada: la impunidad, fruto de falta de aplicación de la ley (nulo estado de derecho) y de la falta de respeto a la autoridad (así como de la pasividad de ésta) hacen que sea la impunidad, y no la corrupción, el mayor problema. Cuándo 99% de los crímenes no se denuncian, y de los denunciados 95% no se resuelve… tenemos un criminal preso por cada 1,000 delitos. Y no son los más graves y peligrosos: son los más pobres y abandonados aquellos que atrapan entre la ley y la autoridad para sancionar a unos cuantos y decir que «el sistema funciona».
Me ardía la cara
Les decía que, literalmente, me ardía la cara: sucede que el martes participé en una riña (legalmente, un asalto: no fue un robo porque no me quitaron ningún bien, pero si me lesionaron). La circunstancia: una moto se pasó un alto y tuvo que esquivar unos peatones que estaban por abordar un camión en una «central de autobuses» clandestina. En ambas maniobras, casi no me vio y, al tratar de esquivarnos, nos golpeamos. Se le olvidó que iba huyendo de una infracción y de casi provocar un accidente, así que uno de los que iba a bordo se bajó a reclamar.
Dijo que llamaría una patrulla para que me detuvieran por «haberlo lesionado al golpearlo». Le hice ver que le iría mal: había cometido una infracción, casi provoca un accidente, venía a exceso de velocidad y yo podría acusarlo de intento de homicidio imprudencial. Al fin que estaba la cámara del semáforo que lo vio pasarse el alto, los testigos del autobús y mi cercanía con la patrulla de la zona. El otro se arrancó con la moto.
Ataque por la espalda
Pues entonces el que estaba abajo pasó de amenazarme con detenerme… a golpearme por la espalda. Cuatro golpes en la cara (frente, sien, ojo y boca) que tuvieron la ventaja de que, al ser de espaldas, no tuvieron tanta fuerza. Claro que al dejarme sin lentes y ante la sorpresa, no me defendí; y viendo que gente del camión se acercaba a detenerlo, corrió hacia la moto y se arrancaron. Algunos pasajeros se acercaron a ver si estaba bien, otros a darme las placas.
Por supuesto, fue un incidente más sin denuncia: no tenía mayores datos más que la placa de la moto, ni siquiera el modelo; las lesiones sufridas eran menores, por lo que no se haría nada por buscar y menos por consignar al culpable; y tenía otras cosas más urgentes que hacer. Hoy, a más de 12 horas del incidente, tengo un poco de molestias y ya. Habrá que esperar a que termine de desinflamarse y ver si no tiene consecuencias.
La Ley como letra muerta, la autoridad sin autoridad.
El tema es que tal parece que la ley es letra muerta: no norma conductas y menos sanciona delitos o infracciones. Sirve, si acaso, para deslindar responsabilidades. Pero solo en aquellos casos en que el monto sea tan alto que amerite «gastar para que las cosas no se queden así». Por ejemplo, si en vez de un golpe menor entre un motociclista y un peatón y la riña posterior, hubieran chocado dos automóviles, uno de ellos de lujo y el otro sin seguro de daños a terceros, y se hubiera declarado «pérdida total» el auto caro. Allí sí, hasta consignación ocurre.
Por otro lado, la autoridad ha renunciado a ejercer la autoridad. Ya les había comentado alguna vez que lo atribuyo al «genocidio de 1968»: desde que se acusó al Ejército y al gobierno de «masacrar estudiantes», ninguna autoridad quiere ser considerado otro Díaz Ordaz. Añadan que en años más o menos recientes -desde 1994- se extendió la cultura del respeto a los derechos humanos -algo magnífico- que en la realidad se tergiversó a poder acusar a la autoridad de «violar los derechos humanos», para con eso justificar que no se pueda meter ni actuar en sancionar a alguien «con excesos». Y como se privilegia el dicho de la víctima, basta que alguien acuse -sin tener que probar- para que la autoridad tenga que dedicar más tiempo a defenderse de eso que a acusar al delincuente.
Porque hay muchas organizaciones de la sociedad civil defendiendo los derechos humanos; pero también las hay que hacen acciones en pro de los delincuentes… ofreciéndoles gestiones para que no se vea el fondo de su caso, sino que se salven por «violaciones al debido proceso».
Ley y autoridad: a veces…
En fin, que ya volveremos a comentar el tema con más detalle. La cara me arde y la sensación de que ni ley ni autoridad están presentes me siguen pareciendo dos de los problemas más graves que enfrentamos como país. Y se hace peor cuándo la máxima autoridad viola la ley y busca complicar de más las cosas… (por ejemplo, en temas electorales) por así convenirle. Es triste el caso… pero pasa cuándo sucede.
Pero son esas dos ausencias, acumuladas durante años y no resueltas aún, las que más afectan nuestro desempeño como nación. O, al menos, esa es mi impresión. Y más ahora que me tocó vivir las consecuencias de ambas ausencias así de cerca.
Avisos parroquiales.
Ya está a la venta el libro de mi amigo Roberto Remes, @ReyPeatonMX en Twitter. Se llama «La República Peatonal. Cómo hacer que los peatones caminen en la agenda pública». Lo pueden encontrar como libro-e en Amazon y Amazon México. Pronto estará también en digital. (¿Se acuerdan que les decía de mi abandono del sitio por un rato por estar en otros proyectos? Era uno de ellos). ¡Éxito, Roberto…!
Imagen de hoy: Sora Shimazaki en Pexels.com
¿Y cómo me atrevo a ponerle «Me gustó» cunado narras una agresión que sufriste?
Mi estimado Gonzo, tómalo como un abrazo y mi solidaridad… Y tómatelo con calma (y, si es posible, con un tequilita al lado), porque las cicatrices tardan en desaparecer y el coraje aún más.
Coincido contigo en que es realmente frustrante ver la poca acción de las autoridades.
Un saludo, Gonzo.
Muchas gracias. Afortunadamente, en menos de una semana ya estaba casi casi bien…
Abrazo de vuelta.