Lo confieso: hace algunos meses caí en el encanto de tener una mascota. Por años y debido a distintas circunstancias -léase «casera»- no tuvimos perro en casa. Algún pescado, tortuga, hamster e incluso una granja de hormigas si, pero un perro o un gato, no. Y la pasaba bien, estaba tranquilo y tenía pocas responsabilidades adicionales.
Pero… un cambio de casa y un cambio de circunstancias permitieron las condiciones para agregar un perro a la ecuación familiar. En principio, no quería: más gastos, más responsabilidades, límites al salir de viaje o al hacer determinadas cosas. Sin embargo, decidimos que era necesario que los niños tuvieran una mascota, y más porque el bebé había dejado de serlo y la niña ha demostrado una capacidad e interés por los animales -marcadamente por los perros- que era hasta injusto tenerla lejos de un perro propio. Así que… ni modo, a entrarle a la novedad canina.
Mascotas: una lata…
Todo aquel que tenga mascotas coincidirá conmigo: son una lata. Las mascotas se vuelven el amo de tu tiempo y agenda. ¿Viajes largos? No: o son cortos de dos días y una noche, o hay que pensar en pensiones, hospedaje, «visitas» a abuelos o amigos. Un gasto extra en comidas. Un gasto extra en medicinas. Servir oro tipo de desayuno, comida o cena adicional al del resto de la familia. Las mascotas son una lata.
Y ni que decir de lo más sucio del hecho: limpiar popó de perro, sea en casa o en la calle. No poder salir con el tal bicho sin un par de bolsas desechables. De repente tolerar ropa con pelo de perro, alfombras con olor a perro o lavar el patio tres veces por semana cuándo antes lo hacías una vez a la semana. Ni modo, es lo que producen las mascotas.
Ni que decir de las preocupaciones cuándo, a media noche, se porta como desesperado y sufriendo: aullidos, rasquidos, carreras, arrastrar el plato, chillar, gemir… No sabes si está de latoso, aburrido, tiene frío, hambre o sed o si pasa algo más.
Adicionalmente, es entrar a un mundo nuevo y complicado: razas, placas, vacunas: veterinarios, restaurantes y tiendas pet friendly o de acceso prohibido, hacer el oso de entrar a la farmacia con la correa extendida al máximo para que el perro se quede afuera mientras compras la medicina urgente. Ya sabes, las mascotas son una lata.
Mascotas: una alegría…
Pero justo es decirlo: las mascotas pueden ser, también, una gran alegría. Particularmente para los niños. Es una fuente adecuada para educarlos en la responsabilidad, al asignarle algunas tareas como darle de beber o de comer, y asegurarse que no se suba a las camas o los sillones.
Es una especie de juguete interactivo en 3D, inteligente y responsivo: aventarle la pelota o jugar con su propia mascota de peluche -acá hablamos de un pingüino-. Saber qué estás triste o feliz y que venga a animarte o a compartir contigo por un rato.
Creo que todo niño debe tener, alguna vez, una mascota. Y mejor si es acorde con lo que le gusta. Yo hubiera optado por un gato, pero acá la opción fue un perro -y no hay alternativa gatuna por varios motivos-. Pero al cabo de varios meses, ahora que lo veo jugar con los niños o con mi esposa, y verlos tan felices -además de que ya está entrenado para hacer el 90% de las veces en dónde debe y no a media sala-, debo confesar que estoy contento.
Y si, sigo con el hámster, la granja de hormigas y ahora una pecera más grande -quiero un tiburón para ella, a fin de tener «de hormigas a tiburones» como en mi libro-, pero a pesar de las molestias, ya no cambiaría a mi perro. Pero tampoco pretendo aceptar ahora un bóxer, un labrador, un pastor alemán y un alaska malamut, como me lo están pidiendo. Un perro basta y sobra, por lo pronto.
Tras esta pequeña reflexión en torno a la alegría que ha sido tener un perro, concluyo que no deberían llamarse «mascotas», sino » más vida», que eso es lo que te dan.
Imagen de hoy Soggydan Benenovitch via Compfight