Desde el pasado 20 de marzo, la Ciudad de México ha tenido una serie de temblores de cierta intensidad y frecuencia poco comunes. El más reciente ocurrió ayer 13 de abril a las 5:10 de la mañana y con una réplica a las 8:06. Dicen que en el úlitimo mes se han acumulado casi 700 réplicas, algunas imperceptibles y otras de hasta dos minutos de duración. La pequeña gran ventaja es que han sido predominantemente oscilatorios y no trepidatorios, lo que limita los daños que causan.
Esta oleada coincide con el lanzamiento de la aplicación «Alerta Sísimica» para BlackBerry que ofrece el Gobierno del Distrito Federal. Se hizo para esta plataforma primero porque es la que tiene la tecnología «push» con la capacidad de mandar decenas de miles de mensajes 50 segundos antes de que llegue el temblor, incluso si el equipo está apagado, en tiempo real. Y aunque sólo reporta temblores superiores a los seis grados y provenientes de Guerrero o Oaxaca, hasta este momento no me ha sonado ni una vez. Si, dicen que pronto saldrán las versiones Android y Apple; o que se ampliará la red de previsión a Chiapas y Michoacán, lo cierto es que no ha sonado desde su estreno. De cualquier manera, si tienen una BlackBerry y les interesa tener la alerta sísmica en su bolsillo, pueden descargarla gratuitamente AQUI.
Ya empiezo a escuchar con frecuencia dos tipos de historia: de quienes dicen «pues yo me estaba bañando durante el temblor y no me iba a salir desnudo; así que me quedé en la ducha», es decir, ignoran voluntariamente el temblor y el riesgo. Y de los que dicen «pues ya no sé si estoy borracho o hay réplicas, pero me la vivo mareado todo el día», es decir, los que creen que es tan frecuente que puede ignorarse. Y en parte ayuda a que, más allá de cuatro escuelas dañadas durante el sismo del 20 de marzo que deberán demolerse, y algunos edificios públicos cerrados hasta una semana para verificar estructuras y reparar daños menores, hasta ahora no ha pasado gran cosa. No han sido, a pesar de su frecuencia e intensidad, tragedias mayores.
De un lado, me agrada ver que las personas se mantienen más calmadas, saben qué hacer, no se apanican y hay pocos daños en edificios, casas, fábricas, escuelas y hospitales, entre otros. Del otro lado, temo el síndrome de «Pedro y el Lobo»: tanto decimos que hay que tener precauciones con los sismos, que cuando dejemos de ser reactivos porque «tiembla y no pasa nada», llegue uno de grandes proporciones y nos agarre, ahora si, desconfiados y poco preparados.
Y mientras tanto, los dejo con una versión animada del cuento sinfónico de Sergei Prokofiev, «Pedro y el lobo». Digo, para divertirse y no olvidar que gritar en falso «el temblor» es tan peligroso como dejar de actuar cuando algo así pase.
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