Ya llegó algo que muchos hemos esperado por más de un año: El suficiente control de la pandemia de COVID-19 como para poder volver a la normalidad. Y más después de que en diciembre del año pasado me pegó la enfermedad, como les conté en esta entrada. Curiosamente, muchas personas me dijeron que «no sabían que me había dado»… poco después de decirme que «leían todo el blog con interés». Asumo que no tienen que aprendérselo de memoria… pero si me parecía un dato relevante. En fin.
Pues el gobierno de la Ciudad de México ya dijoq que «estamos en semáforo verde». Es cierto que los parámetros técnicos para que eso ocurra se alcanzaron: hay 20 semanas a la baja en el número de contagios, la vacunación avanza -aunque aún no tan rápido como nos gustaría- y ya hay camas de hospital suficientemente disponibles. Es decir, ya podemos relajar algunas de las restricciones que se tenían.
Sin embargo, es importante recordar que medidas como el uso del cubrebocas en espacios públicos y la higiene constante deberán seguirse haciendo con regularidad para evitar los contagios, en especial en población vulnerable, con comorbilidades y el personal médico.
Normalidad… volver a ella.
Una de las mayores expectativas generadas por la noticia es que «podremos volver a la normalidad». Francamente, lo dudo. Por ejemplo, las escuelas volverán a clases… de manera voluntaria y escalonada. Los padres que tenían la urgencia de contar con «una guardería para niños grandes» podrán usarlas nuevamente. Otros muchos optaremos por esperarnos: no tiene caso ir a la escuela tres semanas… para convivir un poquito en un ciclo escolar que ya transcurrió en linea.
Durante la pandemia se hicieron algunas adecuaciones a la infraestructura urbana -como construir ciclopistas y ampliar banquetas-. Muchas de ellas me parecen adecuadas y necesarias. Pero para quienes no dejamos de salir a trabajar ya veíamos problemas y mayores tiempos de traslados; no me imagino ahora que las escuelas vuelvan a las clases lo que va a pasar en muchas de esas adecuaciones.
Me recuerdan «soluciones que agravan problemas». Viene a mi mente el intento de Mao de acabar con la plaga de aves que dañaba las cosechas en China: puso tal énfasis en combatirlas -daba incentivos por pájaro capturado-. A los campesinos les convenía más transformar sus arados y azadones en jaulas y trampas… de modo que la producción de alimentos cayó tanto que acabó perdiéndose más comida que la que devoraban los pájaros. Al cabo de tres años, la hambruna mató a varios millones de personas antes de deshacer la medida. Creo que esas soluciones ayudarán a mejorar el tránsito en bicicletas y a reducir muertes por atropellamiento… pero a un costo monetario y de tiempo demasiado alto. Y a un aumento en la polución en el corto y mediano plazo.
En fin, que reabrir las ciudades no implica volver a la normalidad. En parte, porque eso no existe. Y no debemos olvidar que el cambio es lo único permanente: seguiremos cambiando cada día. Hay que aprender a adaptarse.
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