Las noticias de esta semana nos preocupan y entristecen. Ataques de racismo y terrorismo, y amenazas a la paz del mundo estuvieron presentes, lo mismo en Estados Unidos que en España. Y, en ambos casos, con una de las formas más preocupantes: un coche que embiste una multitud. ¿El problema? Que así cualquier auto puede ser un arma, cualquier conductor, un sospechoso. ¿Cómo evitas un ataque en esas condiciones? Ciertamente no es tarea fácil y a veces, si no es que en todos los casos, imposible.
El problema es la intolerancia que está detrás. Y debemos ser justos: una cosa es oponerse total y radicalmente a la violencia, y la otra es tratar de imponer el silencio total a quien no piense como nosotros, con el alegato de que lo que dice no es «políticamente correcto» o que puede «molestar a alguien».
Pensemos por ejemplo en que los hindúes consideran sagradas a las vacas. Tienen derecho a decir que creen que estamos mal al matar vacas para comerlas. Incluso, pueden manifestarse y tratar de oponerse a que hagamos hamburguesas. No tienen derecho de matar a un carnívoro. Así como los carnívoros pueden decirle a los hindúes que están mal. O que se pierden de un rico alimento. Pero no podríamos matarlos. U obligarlos a comer carne de vaca. Ese es el respeto y la tolerancia necesaria; no evitar que el otro hable -o haga- lo que quiera, mientras no dañe a otros.
Racismo y Silencio Impuesto
El tema en Estados Unidos, en el incidente de Charlotesville pasa por otra razón: hay quienes consideran que elevar un monumento a los héroes confederados es tanto como avalar sus políticas y validar sus posiciones. Que el General Lee tenga una estatua no es decir que deben reimponer el esclavismo. Es, simplemente, reconocer que quería un mejor país y luchó por ello… aunque su idea de «mejor» haya sido derrotada y hoy nos parezca incorrecta. Tampoco se trata de asumir que toda su vida fue únicamente en defensa de un tema polémico hoy.
Así pues, Lee pudo estar equivocado al defender el racismo. Pero tenía razón en defender la autonomía y capacidad de los estados y condados -equivalente a nuestros municipios- contra la autoridad federal. Buscaba respeto a la libertad de los estados a costa de la autoridad federal. Eso es un principio que debería recordarse y señalarse como correcto.
Algo parecido pasa con «El tesoro de Cuauhtémoc». En esa novela histórica reconozco aciertos a Hernán Cortés y a Porfirio Díaz. No los que generalmente se dicen. Y no por ello dejo de señalar sus errores, o los aciertos de Madero o de Moctezuma. Pero sin duda ha sido una postura polémica: Cortés «el exterminador» no merece consideración. A pesar de ser el padre del primer mestizo (del segundo, si contamos a los hijos de Gonzalo Guerrero). Y por decir que no vale la pena recordarlo, hasta descuidamos que dos de sus hijos, Martín Cortés -los dos de igual nombre- fueron los precursores de la independencia mexicana…
Me parece reduccionista juzgar a los personajes por una sola posición, tal vez simplificada, en uno solo de los temas. Todos los héroes tienen defectos. Todos los villanos tienen aciertos. Son humanos. Y es parte del problema que dejamos de lado al irnos a una visión plana.
Límites a la libertad
Claro que hay discursos que pueden decirse, pero no llevarse a la práctica. Si alguien dice que su raza es superior, tiene derecho a decirlo. A lo largo de la historia lo han dicho los judíos, los chinos, los aztecas y ahora los supremacistas blancos, entre otros. Lo que no tienen derecho es a matar a otros individuos por considerarlos inferiores, atacarlos violentamente u obligarlos a callar por la fuerza.
A final de cuentas, ese desconocer o rechazar «al otro» es parte de la primitiva naturaleza humana. Recuerden, por ejemplo, la secuencia inicial de 2001, Odisea del Espacio, «el amanecer de los hombres»:
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Desde siempre hay grupos que consideran que son mejor que otros. No podemos evitarlo. El amor y la fraternidad es una aspiración válida, pero que va contra el instinto. Sublimemos esa posición, llevándola a deportes, o a competencias en las que no haya agresión y violencia. Dejemos de pensar que todos somos ángeles, santos y gente buena. Estaría bien, no es así. Y forzándonos a pensar «como si lo fuéramos» no lo lograremos.
Eso si, acotemos la posibilidad de ejercer violencia contra otro, en particular por considerarlo inferior o despreciable. Perdámosle el miedo a las palabras «fuertes» y a lo «políticamente incorrecto», o caeremos en una dictadura que nos llevará al otro extremo: silencio impuesto.
Porque eso es lo que pasó en EE.UU.: por obligarlos a ser «políticamente correctos» al tener un presidente afroamericano, terminaron impulsando a los que obligaron a callar. La foto de hoy ilustra bien eso: «perdieron, acéptenlo». Hace ocho años perdieron ellos. ¿Por qué deberían callarse? Pero no por ganar tienen derecho a atacar o matar a los otros.
Racismo en Mexico
Y México no está lejos de la «democracia estridente«. Ya la hemos padecido y no tarda mucho para que, en plena temporada electoral, volvamos a vivirla en la forma de descalificaciones al «otro»: una conducta de alguien con quien simpatizamos está bien; esa misma conducta de alguien que nos cae mal, está terrible. Un candidato, el que nos cae mal, es «un peligro para México», el que nos cae bien, incluso con las mismas actitudes o riesgos, es «la esperanza de México». Peor todo aquel que sea distinto merece ser ignorado.
El problema no es que la política deba ser tratada como un terreno ajeno a las pasiones y forzosamente neutro. Al contrario: la política es terreno de pasiones y descalificaciones. Lo importante es que no desemboque en violencia. Y tampoco en descuido, que no estamos lejos de caer en la violencia, la descalificación, el clasismo, el racismo o el terrorismo abundante. Pero el acallar al otro porque «dice cosas malas» es un exceso: la libertad de expresión debe tolerarse, aunque no nos guste, en tanto no constituya un delito directamente.
En ese sentido, los «protestantes» de Charloteville tenían razón: tienen derecho a protestar el retiro de la estatua del General Lee. Y quienes hablan a favor del retiro, también. No se vale confrontarse violentamente. Y, mucho menos, matar a alguien porque piensa distinto. Eso fue lo que pasó y que está mal. Pero no por ello debes hacer callar a quien crea otra cosa.
En conclusión
Sé que a más de uno le va a molestar esta entrada. Que generará polémica. Que dirán que defiendo el racismo y la violencia. No, hay un matiz. Es defender la libertad de expresión, incluso de aquellos que no me caen bien y con quienes no coincido. Tienen derecho a decir lo que quieran… aunque no nos guste.
Que ser madre es la mejor medalla posible. Afirmar que los blancos son mejores. Que Trump es un gran presidente… Pueden decirlo, aunque no estemos de acuerdo. Aunque nos parezca «políticamente incorrecto». Aunque parezca que «incitan a la violencia».
Pero no por tolerar lo que dicen debemos permitir que hagan daño a otros. Ese es el límite. Eso es lo que hay que cuidar. No callarlos. No silenciarlos a fuerza. El silencio impuesto genera más violencia de la que evita. El camino a la paz no pasa por el silencio, sino por el convencimiento.
Y no se confundan: defender la libertad de hablar NO implica validar la violencia. No estoy a favor del racismo. Pero no creo que debamos silenciar a todos. Pero imponer el silencio porque «puede molestar a otros» tampoco es la vía. Respetar la libertad de expresión implica dejar oír aquello que no nos gusta. No silenciarlo para evitar que alguien se moleste. No es fácil, pero es la vía.
Imagen de hoy Elvert Barnes