Hay sin duda sorpresas que te da la vida… y algunas son francamente sorprendentes. Se pasan de gratas. Y la semana anterior me tocó una de ellas. Resulta que en la primaria en que estudié -hace ya mucho tiempo- como parte de las actividades de fin de curso, cada alumno presentaría un libro artesanal denominado «mi primer libro». Y me invitaron a ser padrino de tal presentación, en la que me pedían que le hablara a los noveles autores sobre lo importante que era publicar su libro.
Al evento no fui solo: resulta que también invitaron a mi hermano al mismo lugar y por el mismo motivo. La diferencia principal es que se me soltaron las lágrimas: habiendo sido parte de la «generación fundadora» de la escuela, me tocó la etapa en que los libros de los alumnos eran libros impresos en toda la forma; presentados por autores como Juan José Arreola, Carmen de la Fuente, Juan de la Cabada o Gustavo Sainz. Si, tengo un par de cuentos publicados y prologados -además de autografiados- por algunos de los mencionados. Nada mal para niños de 10 a 12 años de edad. Y si, de allí me nació el interés y el gusto por esta tarea de juntar ideas en forma de letras y transmitirlas a los demás.
Invitamos a los alumnos a que «su primer libro» no sea el último, sino el primero de muchos. En mensajes diferentes pero paralelos, tanto mi hermano como yo les insistimos en el placer del trabajo de escritor y la enorme satisfacción de ver la propia obra publicada. Lo importante que es poder influir a los demás y dar a conocer tus opiniones. El placer del olor a tinta y papel, y la emoción de presionar el botón «publicar» en una edición electrónica.
Además, enfatizamos que hay muchas ventajas del mundo digital, tales como que este verano ellos podían empezar un blog, sin preocuparse mucho por la cantidad de lectores siempre y cuándo tuvieran calidad en sus ideas; podían juntar sus posts en un libro e imprimirlo «on demand» en Amazon. Adicionalmente, llevé los pocos ejemplares de «Clara Sandra solía soñar» que me quedaban y con gusto vi como se los arrebataban.
Al final, tuvimos que autografiar casi 150 ejemplares de «mi primer libro» para todos y cada uno de los colegas que se acercaron. Y si bien yo escribí casi el mismo mensaje para todos -pensando en que el día que nos volvamos a encontrar, en 20 o 30 años, pueda recordar exactamente que le puse a cada uno- mi hermano se dio a la tarea de personalizar cada mensaje para cada uno de ellos.
Sinceramente, espero encontrarme a algunos de estos pequeños colegas siguiendo mis pasos, con más éxito y con más obras que las que pueda llegar a hacer yo… o, por lo menos, poder verlos en el próximo Circulo de Lectura que me andan organizando un par de lectoras felices. Por lo pronto, gracias a la vida por esta gran oportunidad y por un sueño cumplido: volver a dónde empezó todo y ver que, juntos, hacemos más lectores… y más escritores. El oficio continúa.
Imagen de hoy por Escuela IDEA y por @gjsuap
Una historia con mucho sentido, pues sin ser escritora, considero que escribir para publicar es algo serio , pero que tiene un poco de oficio, por lo que se aprende y se perfecciona haciéndolo, esto es, a escribir se aprende escribiendo, por lo que no solo se necesita talento y conocimientos (además de pasión), por lo que es necesario fomentar esta actividad en los niños, quienes no sé si serán famosos o vivirán de ese trabajo, pero, casi puedo asegurar que esta actividad transformara su vida y los hará realizar su trabajo o profesión, cualquiera que sea, con un enfoque distinto o adicional, o por lo menos, sabrán expresarse correctamente.
Ahora cuéntanos cómo marcó tu vida ser un niño escritor.
Está bien, lo comentaremos en la siguiente entrada. Gracias.