En la antigüedad, cuando un rey terminaba su periodo de gobierno (básicamente, porque moría) se le asignaba algún adjetivo que calificaba su gestión. Así se hicieron famosos Alfonso X El Sabio; Juan Sin Tierra; Isabel y Fernando, los Reyes Católicos; Pedro IV El Ceremonioso; Ramón Berenguer Cabeza de Estopa; Juana La Loca. Tenían adjetivos que los calificaban, a veces puestos por aliados, a veces, por rivales. En el caso de la presidencia a punto de terminar el mote de Donald Trump «el Furioso» le quedaría bien.
A lo largo de sus cuatro años de gobierno demostró que tenía más rencor hacia Obama que ganas de hacer cosas buenas por su país. Ahora que perdió la elección queda claro que le tiene más miedo a ser considerado un loser, un perdedor que a cualquier otra cosa, incluso a riesgo de dañar su democracia. ¿Por qué lo hace? De un lado está su psicología: muchos dicen que los éxitos que ha tenido no han sido menores, lo que es cierto; pero se las ingenia para arruinarlos.
Trump el furioso: por qué ganó…
Entre sus detractores destaca su propio padre, que decía que era “absurdo tener que soportarlo como hijo”. Llegó a rescatarlo más de una vez de una de sus pérdidas. Le prestaba millones o, incluso, llegó a comprar millones de dólares en fichas del Casino Trump -aunque no las usó- para “salvarlo”. Es, pues, un desastre constante.
Segundo, sus manejos de negocios son muy torpes. Así que puede llegar a generar un negocio de mil millones de dólares y hacerlo perder 2,000 al cabo de poco tiempo. Lo cual también indica que no es precisamente un hombre talentoso, pero sí es un gran vendedor y logra convencer a la gente.
Por eso logró convencer a los republicanos, particularmente a los extremosos del Tea Party que él era la encarnación del espíritu conservador, del supremacismo blanco. Apeló a los evangélicos radicales, diciéndoles que si él era millonario era por elección divina, así que también por elección divina, debía ser el hombre más poderoso del mundo.
Por supuesto el problema de estos reclamos es que no tienen un sustento real, por lo que al llevarlos a la práctica, fracasa. Esto es lo que le pasó a Trump el furioso.
… y por qué no quiere perder.
Parte del problema radica en que no puede asumir que perdió. Aunque haya obtenido más votos que en la elección anterior, se le olvida que es porque la población creció. Y que su oponente tuvo aún más votos que él. Por eso alega que hubo fraude: en muchos de los estados él iba ganando y luego perdió súbitamente. Pero es porque en los procesos legales de esos estados, la votación por correo se cuenta después de que se contó la votación presencial.
Era evidente que las personas que no querían contagiarse de COVID en la fila de una urna, si tenía la opción de mandar su voto por correo meses antes, lo harían. Esos, por supuesto, siendo los cuidadosos o con miedo a la pandemia son las personas que apoyaban a su opositor, que veía en la pandemia un riesgo, y no algo que se va a desaparecer “como por arte de magia” llegado el verano.
Lo más patético del cierre de la presidencia de Trump es su intento de dar un golpe de estado: pedirle a su partido que en el Senado rechazara los resultados de aquellos estados que le habían sido adversos. El hecho de pedirle al ejército que se alzara en contra de los resultados electorales “porque él, su comandante supremo, no podía perder”.
Afortunadamente nadie le hizo eco suficiente. Esto a pesar de que fue un intento golpista desde lo más alto. Si vimos una turba (no menor) que incluso tomó por asalto el Congreso de Estados Unidos. Algo que no se veía desde que los ingleses lo destruyeron en 1814, como parte de una guerra iniciada dos años antes.
Hacia dónde va.
Así pues, lo que está haciendo Trump es equipararse a los generales confederados, quienes querían destruir a su país con tal de no perder sus privilegios. Por eso, muchos de los trumpistas intensos llegan con banderas confederadas. Son síntomas de la destrucción de su propio pueblo. Lo realmente grave es que logró convencer al 30% de la población (50% entre los republicanos e incluso 15% entre los demócratas) de que las elecciones no son confiables
Vendió la idea de que hubo un fraude electoral y de que las votaciones pueden manipularse. Él lo sabe bien: ganó la elección anterior manipulando a pequeñas minorías muy vocales en ciertos temas, y con apoyo en redes sociales mediante grupos monotemáticos y con dinero soviético para hacer las manipulaciones necesarias.
Su derrota es, pues, una sopa de su propio chocolate. Pero a los populistas les gusta hacer y no que se las hagan.
Tres lecciones de Trump el furioso.
Las lecciones que podemos aprender de la situación de Trump el furioso son:
1.- Cuidado con los que quieren dividir al pueblo en buenos y malos. “Nosotros y ellos”, inmigrantes contra nacionales -aunque la gran mayoría sean inmigrantes o descendientes de migrantes- y demás tipos de acciones equivocadas. Dividirnos nunca es solución, y menos cuando se enfrentan problemas globales como el COVID o el calentamiento global.
2.- Puedes tener una popularidad muy alta (de hecho Trump tenía una aprobación grande), pero eso no implica que los votantes te van a hacer ganar. No porque te aplaudan te van a respaldar a que ganes. Quienes más se manifiestan a favor, son aquellos radicales que simpatizan con tu agenda. Podrán ser pocos, pero como son muy vocales, parecen muchos más. Si decides hacerles caso y creerles a esos radicales, tendrás ciertos beneficios, sin duda. Pero eso no basta para construir una mayoría clara tu favor.
3.- Hay que cuidar mucho el cómo se administra un país. Buscar la solución más simple, por qué no entiendes las soluciones complejas o porque no te gusta darle espacio a los expertos, te lleva agravar los problemas, no a resolverlos. Incluso puedes respaldar a personas capaces pero sometidas a tu voluntad para mal, como comentamos en una entrada anterior.
En concusión.
Ojalá que los populistas de otras naciones aprendan de esos errores y eviten llegar al ridículo de que, a 15 días de entregar el poder, se esté hablando de la posibilidad de inhabilitarlo para volver a la política. O incluso de removerlo de la presidencia por su “notoria incapacidad”, algo que nunca ha pasado. Claro que aquí hay un riesgo: es una persona medio loca, que tiene los códigos nucleares, y puede despedirse del poder dañando al mundo como un auténtico villano de las películas de James Bond.
Y luego dicen que la realidad nunca será superada por la ficción. Es por cosas como éstas que se cree eso, hasta que pasa como con Trump El Furioso. Y pensar que no quise seguir con mi novela #Calexit porque “no es posible que se llegue a eso”. Pasó algo mucho peor.
Imagen de hoy: Capitolio por Karolina Grabowska en Pexels.com