Muchos mexicanos pasaron ayer un día de fiesta, de dolor, de oración o de franca parranda: el día de muertos (o propiamente dicho la conmemoración católica de «Todos los Fieles Difuntos») conmemoración que nos hace pensar que la vida no termina en la muerte, y que nuestros seres queridos gozan de una oportunidad especial de cruzar de regreso a estar presentes entre nosotros en tal ocasión.
Incluso, una agencia funeraria hizo como es tradicional en ellos dos campañas de medios excelentes: en la de televisión, una persona entra a una casa antigua en tonos sepia, para que al final descubramos, al prenderse la luz, que era el difunto quien comió en el altar. La misma funeraria García López tiene la campaña «nuestros muertos son leyenda» en los que calaveras de azúcar con pequeños decorados recuerdan a Hidalgo, Morelos, Zapata y Madero (o en una versión anterior, al Santo, Cantinflas, Frida Kahlo o Tin Tan)
En el panteón de Dolores de la ciudad de México hay más de un millón de fosas. Con más de cien años de operación, no es algo menor. El día de la resurrección de los muertos aquello va a ser un desorden… Empezando por la Rotonda de las Personas Ilustres, quienes saltarán raudos para demostrar que son más que los demás, o que cada uno es el único merecedor del «sepulcro para ellos de honor» que se canta en nuestro Himno Nacional.
No olvidemos que el Ángel de la Independencia es la tumba de los héroes que iniciaron tal gesta heróica, no así de Iturbide quien la ganó. O que el monumento a la Revolución alberga tumbas de líderes de tal movimiento, con excepción de Zapata quien no reposa allí. Porque tal parece que si estuvieran juntos todos y se pusieran de acuerdo en algo, dejarían de ser mexicanos… Aunque ya estén muertos.