A raíz de las recientes entradas sobre comer más plantas, y a la reflexión que me está generando eso de comer menos productos industrializados, me ha dado por pensar en el arte de comer. Eso que algunos llaman «comida gourmet» y que bien podría ocurrir en cada ocasión que vamos a la mesa.
Por supuesto, han habido dos momentos muy complicados en este periodo: un fue que, en una comida familiar, mi tía Laura llevó uno de los mejores pasteles Selva Negra que hay en el país. Y se quedó una rebanada en la mesa: la mía. ¡No saben qué incómodo! Porque no tomar el resto de los platos «prohibidos» fue relativamente fácil: pasar ese pastel fue muy complicado.
El otro momento fue ver la película «Delicieux», que nos habla la historia de la creación del primer restaurante en la Francia pre revolucionaria, cuándo justamente la comida «sabrosa» era un privilegio para la nobleza, en tanto que las masas padecían, incluso, para comer pan simple.
Arte de saborear
Una de las cosas que he ido aprendiendo es a saborear más las cosas. La textura del licuado de verduras que inicia mi día suele ser bastante similar: totalmente homogénea. Todos los días es igual, idéntica. Pero el sabor no: depende de qué planta lleva más, o de cuál está más fresca. Si el aguacate estaba casi negro o duro. Si incorporé alguna hoja más seca o en mayor cantidad.
Estar atento a cada sabor y cada ingrediente, incluso en un plato tan simple como es un batido de verduras, tiene unos matices que el paladar acostumbrado a mostazas, mayonesas, catsup o salsas industrializadas se había extraviado en detectar.
Obvio, algunos platos «tradicionales» han perdido su chiste. Hay cosas que me gustaban mucho y que hoy no puedo comer a gusto. Y en todo este periodo, solo el pastel de la tía Laura es lo que sigo extrañando. ¡Qué ganas de no dejarlo!
Arte de comer: Delicieux.
El otro momento difícil ha sido ver Delicieux. Esta película nos narra la experiencia de la creación del primer restaurante en Francia. Los cocineros eran un lujo que solo los nobles podían tener. ¡Y como no! Ofrecer un banquete de 40 platillos para 8 comensales, con cosas que requerían días en prepararse eran un auténtico lujo. Uno que no cualquiera podía disfrutar. «No solo hay que tener ganas de comer, hay que saber comer. Es un arte. La verdadera cocina no es para el común de los mortales» declara el Duque de Chamfort, que confía podrá llegar a la Corte tras la obra maestra de su cocinero. Pero sirve un plato basado en papas y trufas, «comida para cerdos» a decir de los invitados, por lo que queda humillado. Y despide a su cocinero, Pierre Manceron. Al encontrarse sin amo, hace de un hostal para caballos y la vieja panadería de su padre, un lugar dónde la gente común y la pequeña burguesía pueden ir a degustar ricos platillos… en mesas individuales, en porciones moderadas y de acuerdo a los ingredientes regionales. Justo antes del estallido de la Revolución Francesa.
Una buena película que me hizo recordar el arte culinario. Por supuesto que ver el proceso de creación de todo un banquete… fue complicado para mis hábitos alimenticios actuales.
Y la foto que compara un cuadro de Polloc con un chicharrón preparado, además de causar carcajadas, también hace pensar que el arte de la cocina está disponible para todos… y más si aprendes que «una zanahoria debe saber a zanahoria y un champignon a champignon si quieres hacer un buen plato». Porque, además, pensamos que hay cosas que siempre han estado allí, como los restaurantes. Pero que tienen implicaciones distintas desde su creación.
Les dejo el trailer de la película, esperando que puedan verla pronto.