Este fin de semana me topé con algo tan poco común, que no había visto en años. O tal vez en décadas. Y me hizo pensar sobre los hábitos de consumo que tenemos como sociedad. También en cómo han cambiado muchas otras cosas vinculadas a ello.
¿En qué consistió el célebre «encuentro»? Simple: un paquete de galletas de un kilo. Como casi no lo veía desde que era niño. Si, las galletas de animalitos siguen siendo la excepción. O las galletas saladas de los restaurantes de mariscos. Con un detalle: vienen en paquetes de dos kilos, pero una vez que abres la caja, son envolturas individuales de unos cuantos gramos. Pero este era un paquete «de a kilo» de otro tipo de galleta.
Sí, cuándo era niño -en la década de 1970- las galletas venían en paquetes de a kilo. Pero conforme fueron cambiando las cosas, en particular tras las crisis económicas de 1976, 1982, 1988, 1994… los paquetes se fueron haciendo más pequeños. Y más baratos también. Eso incluye, además, empaques más bonitos y mucha mercadotecnia a su alrededor. Antes era el empaque de celofán impreso en una o dos tintas. Ahora, cajas con realce, grabados en alto y bajo relieve, a todo color, con textura; abres la caja, y cada paquete individual de galletas impreso, muy bonito… Pero a $25 la caja con 175 gramos. Algo no cuadra.
Consumo y consumismo.
Algo hay que reconocer: el pico en el consumo nacional ocurrió a finales de la década de 1970, Era un momento en que teníamos la bonanza petrolera, el boom de nacimientos no había llegado a su cresta, y los profesionistas podían obtener un buen trabajo, bien pagado y casi de por vida al terminar su carrera. Cosas que en la cotidianieidad parecían comunes y aseguradas.
Además, la vacunación universal y la cobertura al 100% de la primaria empezaron a ocurrir en esa década. Junto con el crecimiento de ciertas ciudades del desarrollo: Can-Cun -en Quintana Roo, un estado que, a principios de 1970 aún era «territorio federal», por carecer de población suficiente-. Tijuana. Ciudad Juárez. Obvio, la zona metropolitana del Valle de México… Varias que ya estaban y aceleraron su crecimiento o que eran atípicamente nuevas.
Me llegó a la mente otro recuerdo: Cuándo era niño, los refrescos de «tamaño familiar» tenían poco más de 750 mililitros. En la tele anunciaban que salían «cuatro vasos y un chorrito más». Ahora, eso tiene el refresco «normal» en el cine. Claro que el peso del envase de vidrio, bastante grueso para que aguantara el trajín a las tienditas era una granada si, al caerse, explotaba. Peligroso, vaya. Y eso ponía un límite natural a su capacidad.
A finales de los años noventa llegaron las botellas de PET: más ligeras y flexibles, pueden aguantar la presión de hasta tres litros de refresco con gas. Y entonces los cuatro vasitos de refresco para una familia se volvieron el consumo de una persona… «y un chorrito más».
Otros efectos del cambio.
Por supuesto, recuerdo que mi abuelo -con un cargo de rango medio bajo en una empresa paraestatal- pudo comprarse un departamento en la Del Valle y cambiar su carro, de agencia, cada año. Eso sí, su último auto fue modelo 1982. Nunca más pudo volver a ello tras la grave crisis de ese año. En contraste, mi padre tuvo su último auto de agencia modelo 2013. Tampoco lo ha podido cambiar. ¿Y yo? El último fue un modelo 2001, que vendí hace casi diez años sin volver a reponerlo.
Cierto: mis padres pagaron hipoteca casi 30 años. Mi abuelo, menos de 15. Y yo… no podré obtener un crédito hipotecario. Ni por edad ni por ingresos ni por otras razones. Así que me quedan dos opciones: tener un éxito radical para comprar una casa de contado… o seguir «sin patrimonio propio», rentando aquí y allá. Ni quiero pensar la situación para mis hijos.
No hago este recuento por ningún otro motivo que pretender entender qué pasa. Mis hijos ya son de esa generación que es «más pequeña que los anteriores», y que algún día les tocará proveernos servicios a «los viejitos», que seremos más que ellos. Si la hemos tenido difícil, ellos mucho más.
Por eso veo con cierta preocupación que algunas de las soluciones que escucho para los problemas nacionales buscan regresarnos a la época de Jauja de los setentas: con paquetes de galletas de a kilo. Así sean de animalitos. Y con un envase de refresco familiar «para cuatro vasos y un poquito más».
Y eso que casi no tomo refrescos y pocas galletas. ¿Se imaginan si mis hábitos de consumo fueran diferentes? ¿O acaso el mayor consumo agranda nuestros problemas, los individuales y como sociedad?
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